viernes, 16 de junio de 2017

Meditación: Mateo 5, 27-32


En Cristo Jesús, el Reino de Dios llegó al mundo y Dios concedió a su pueblo la gracia de vivir más plenamente según el espíritu de sus mandamientos.

La ley indicaba cuál era la forma correcta de vivir, y el Señor vino personalmente a enseñarnos el verdadero significado de la ley y darnos la gracia necesaria para vivirla.

El adulterio es un pecado grave y la ley de la antigua alianza condenaba a muerte a los adúlteros (Levítico 20, 10). Jesús aclaró que incluso concebir la idea del adulterio era un acto pecaminoso (Mateo 5, 28), pero en lugar de exigir la muerte, la nueva alianza insta al culpable a reconocer el pecado, arrepentirse, pedir perdón y reconciliarse. Es cierto que los pensamientos pueden evocar y estimular acciones pecaminosas, por eso es importante evitar las situaciones que involucren tentaciones.

Del mismo modo, Jesús enseñó acerca del divorcio, para darnos una visión más elevada de las relaciones humanas; no para causarnos dolor, remordimiento ni frustración, sino para no caer en pecado. Según la ley de Moisés, el divorcio era permitido en ciertas circunstancias, pero el Señor aclaró que eso se debía a “la dureza de su corazón” (Mateo 19, 8) del ser humano no regenerado.

En efecto, Jesús enalteció la alianza conyugal haciéndola reflejar la alianza de Dios con su pueblo, y el amor de Jesús a su Iglesia. Los cristianos primitivos entendieron que esto significaba que, así como Jesús ama a la Iglesia y dio su vida por ella, así los maridos deben amar, proteger y defender a sus esposas. Ellas, a su vez, deben respetarlos a ellos (Efesios 5, 25-33).

Pero junto con aclarar sus enseñanzas acerca de la ley, Jesús también nos concedió la gracia de su muerte y su resurrección para que los fieles podamos vivir según sus principios, porque el Señor “nos ha concedido todo lo que necesitamos para la vida y la devoción “ (2 Pedro 1, 3).

Teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, no es realista suponer que un matrimonio vaya a ser bendecido y duradero si los esposos no están dispuestos a hacer sacrificios. La relación conyugal se hace y se vive mediante decisiones de abnegación y entrega personal, tanto del uno como del otro, durante toda la vida.
“Jesucristo, Señor y Salvador nuestro, bendice nuestro matrimonio, para que, con tu gracia, sepamos amarnos, perdonarnos y ayudarnos mutuamente y ser felices.”
2 Corintios 4, 6-15
Salmo 116(115), 10-11. 15-18

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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