“No juren por ninguna razón… Si dicen “sí” que sea sí; si dicen “no” que sea no; pues lo que se aparta de esto, es malo.” (Mateo 5, 34.37)
En estos versículos, Jesús estableció una nueva norma de integridad para que sus fieles cumplan la ley de Dios. El Señor había dicho a los israelitas: “No hagas promesas falsas en mi nombre, pues profanas el nombre de tu Dios” (Levítico 19, 12). En otras palabras, había que ser plenamente honesto si se juraba en nombre de Dios. Pero Jesús aconsejó a sus oyentes que no juraran nunca, porque su honradez debía ser tal que no necesitarían invocar el nombre de Dios.
Jesús nos dio esta nueva ley anticipándose a la transformación que se produce cuando las personas experimentan la salvación y la nueva vida del Espíritu Santo. Cuando los creyentes viven de acuerdo con la muerte y la resurrección de Cristo, su conducta debe cambiar radicalmente para que sus actos sean un reflejo de Jesús mismo. Lo que hablamos y hacemos debe evidenciar nuestra honestidad en toda circunstancia.
La honradez y la integridad son dos cualidades que se esperan que demuestren todos los que profesan la fe en Jesucristo. Lamentablemente, muchos que se dicen cristianos actúan a veces en forma deshonesta, como cualquier no creyente. Por esta razón, hay quienes rechazan el cristianismo, especialmente los incrédulos, porque lo consideran una religión falsa, ya que no ven que los supuestos fieles vivan de acuerdo con los principios cristianos que profesan.
Si nuestros compañeros de trabajo, vecinos o conocidos ven que no vivimos cristianamente, llegarán a rechazar no sólo el Evangelio sino también a Jesucristo mismo. Por consiguiente, debemos dar testimonio no sólo de palabra, sino de vida práctica. Las actitudes y la conducta que demostramos, revelarán ante los demás la veracidad de nuestra fe en Jesucristo. Si siempre actuamos con honestidad y fidelidad poniendo en práctica las normas del Evangelio, daremos señales al mundo incrédulo de que Cristo está realmente vivo entre nosotros y en la Iglesia.
“Señor Jesús, quiero ser testigo tuyo. Tú conoces los pecados que me separan de ti y las debilidades que me hacen vacilar. Límpiame con tu sangre para que yo sea más fiel a ti y un testigo fiel ante los demás. Ilumina mi mente con tu Espíritu Santo y dame la fuerza y el deseo de vivir cabalmente mi vocación de cristiano.”2 Corintios 5, 14-21
Salmo 103(102), 1-4. 9-12
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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