Por Ángel Moreno - Lunes, 11 de enero de 2016
para Ciudad Redonda
La celebración reciente de la Navidad nos ha regalado las claves para vivir cada día la belleza de lo doméstico y cotidiano. Los adornos perecederos de los belenes, que nos han acompañado y transmitido un clima de hogar cálido, nos revelan cómo lo más ordinario tiene virtualidad para convertirse en referencia entrañable.
Si al levantarme cada mañana, en vez de sentir el tedio, la pereza, la desgana, la inercia, el miedo a una nueva jornada, el peso del trabajo, la dureza de las relaciones interpersonales, acierto a traer a la memoria el canto del salmista: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo”, todo será diferente, y alcanzará una posibilidad de ofrenda amorosa, agradecida, y la jornada se convertirá en oportunidad para construir, en colaboración con el Hacedor de todas las cosas, un mundo más habitable.
Si cada mañana, cuando te dispones a ir a trabajar, al poner los pies en la calle, según dónde vivas, ante el impacto del tráfico o de la soledad, del frío o del aire contaminado, te atreves a encarar la jornada como gesto solidario con tantos que quizá no pueden levantarse, o no tienen dónde poner sus manos y sentir la dignidad de quien ejerce una tarea profesional, sentirás la bendición que significa ganar el pan de cada día y te llenarás de compasión.
No te enfeudes en tus problemas, ni te evadas en tu individualismo; la humanidad necesita el mensaje de los que interpretan todo acontecimiento de manera trascendente y no perecen en la limitación material de los hechos, sino que todo los mueve a la solidaridad con los próximos y con los lejanos. Ninguna lágrima ni sonrisa se pierden; por el contrario, humanizan la existencia.
La esperanza es un regalo de la fe, y si lo ordinario puede introducirnos en una estancia sobria, discreta, cabe que hasta algo penosa, por la virtud teologal que se desprende del acontecimiento celebrado en Navidad -el Verbo de Dios hecho hombre-, todo queda abierto a la providencia y a la presencia del Misterio, hasta en lo más doméstico e íntimo que suceda.
La casa de Nazaret se convierte en este tiempo en escuela y en enseñanza para saber trascender el silencio, la soledad, el trabajo, la convivencia familiar, las relaciones sociales, el tiempo hacendoso, en proyecto fecundo, en crecimiento personal, en experiencia de madurez, en necesidad de misericordia, en sabiduría acrisolada.
Mira la naturaleza: ella te enseña a permanecer y a esperar el ciclo del retorno del tiempo de la flor y de la cosecha. Ahora es tiempo de siembra, y de espera agradecida. No sucumbas por dejarte conducir por los que solo valoran la historia de manera presentista, sin horizonte.
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