Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá". Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada". Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada. Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: "Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme". Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf
Empieza una nueva semana y creo que lo mejor que podemos hacer, por una vez, es centrarnos en la primera lectura. Es del profeta Oseas. Hasta podríamos decir que tiene un lenguaje un poco atrevido. El profeta usa un lenguaje de enamorado, de esposo amante, para expresar la profundidad de la relación entre Dios y su pueblo.
Pero el amor de Dios por su pueblo va más allá de lo normal. No se trata del amor pacífico entre dos esposos que se quieren uno al otro, que son fieles a ese amor. Va más allá. El texto da a entender que la mujer ha sido infiel al marido. Y que el amor del marido es tan grande que es capaz de perdonar, de olvidar, de comenzar de nuevo. Y de asumir todo el esfuerzo que supone hacer que ella se vuelva a enamorar de él.
Lo normal en nuestro mundo es casi lo contrario. Cuando uno de los esposos descubre que ha sido traicionado por el otro, lo más normal es que el matrimonio se rompa, que se separen, y que no haya posibilidad de restaurar el vínculo roto. La infidelidad es el camino más rápido hacia el entierro del amor. Eso cuando no se da un paso más y se termina en la violencia pura y dura. Hasta hace relativamente pocos años en los códigos penales de muchos países el homicidio cometido por el cónyuge traicionado, tenía ante los jueces el eximente de la infidelidad cometida. Se entendía que era normal que la infidelidad provocase esa respuesta.
Pero Dios, nuestro Dios, es diferente. Es amor y amor más grande que la traición y que la infidelidad. Es amor constante y firme. Es amor que quiere siempre la vida del amado. Y el amor de Dios es para todos, sin excepción. Porque en el testimonio y en las palabras y en la vida de Jesús se nos abrió la perspectiva y nos dimos cuenta de que el amor de Dios es para todos y todas sin excepción.
Hemos podido ser infieles. Hemos mirado muchas veces a otro lado cuando él pasaba cerca de nosotros. Hemos practicado la injusticia con nuestros hermanos. Hemos sido miserables e insolidarios. Razones todas suficientes para abandonarnos. ¡Con todo lo que él ha hecho por nosotros! ¡Hasta dar la vida!
Pues no. El texto del profeta Oseas nos dice que no nos abandona, que no nos abandonará nunca. Para Dios nunca somos casos perdidos. Somos sus hijos queridos y nunca nos va a dejar de su mano. Siempre va a estar a nuestro lado, aunque nosotros no queramos verle y cerremos los ojos a su presencia. Su piedad, su amor por nosotros, está fuera de toda duda.
Ahora podemos leer el Evangelio con nueva luz. Lo suyo no son simples milagros, hechos maravillosos. Lo de Jesús es testimonio vivo del amor con el que Dios nos ama a cada uno de nosotros.
fuente DEL COMENTARIO CIUDAD REDONDA
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