Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."
RESONAR DE LA PALABRA
José Luis Latorre, cmf
Queridos amigos
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra…” Es la oración espontánea y jubilosa de Jesús después de escuchar de los apóstoles cómo la gente sencilla había acogido el Mensaje que ellos les habían trasmitido (cfr. Mt 10, 1-42). Jesús se siente feliz al ver a sus apóstoles gozosos por el éxito obtenido. La salvación no depende de una mayor o menor pericia en la interpretación de la Biblia, sino de la capacidad de acoger a Dios y de la disponibilidad para aceptar su llamada. Los sencillos y humildes tienen una capacidad especial para entender a Dios, porque no ponen su corazón en el dinero, el poder y el placer. Los arrogantes –los sabios y entendidos, cuyo corazón está en las cosas de este mundo- están menos capacitados para entender el mensaje de Dios.
Los sencillos son “los pobres con espíritu” no cualquier pobre. Son esas personas que viven desde los valores del Reino proclamado por Jesús: los solidarios, los justos, los fraternos, los pacíficos, los respetuosos… personas que se sienten identificados con la forma de pensar y vivir de Jesús; personas de corazón bueno y limpio capaces de sintonizar sin dificultad con el Evangelio predicado por el Maestro. San Pablo escribía: “mirad cuántos sabios y entendidos hay en vuestra asamblea… Dios ha elegido lo bajo y necio para confundir a los sabios y poderosos de este mundo”. Esta es la ley del Evangelio de ayer, hoy y siempre. Los pobres con espíritu son quienes dejan huellas profundas en la historia de la humanidad: los mártires de todos los tiempos del cristianismo, los santos y la multitud anónima de personas buenas de toda raza, nación y lengua que todos conocemos. La fe penetró en sus vidas y las trasformó y por eso su recuerdo pervive de generación en generación.
En mi vida de misionero en América con cuantos pobres con espíritu me he encontrado: hombres y mujeres de fe profunda en la Providencia, de corazón noble y limpio, desprendidos y solidarios, de una aceptación confiada de la voluntad de Dios y siempre con una sonrisa en los labios; personas que te impactaban por una profunda espiritualidad; personas que, sin hacer ruido ni buscar alabanzas o premios, están disponibles siempre que las necesitas. Esta es la gente sencilla por la cual Jesús sigue hoy alabando al Padre.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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