viernes, 2 de marzo de 2018

JESÚS LIBERA DEL PODER DEL ENEMIGO

Pasos para la sanación y liberación completa
JESÚS LIBERA DEL PODER DEL ENEMIGO 

“Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.” (cfr. Jn 8,36) 



Detrás de las batallas que vemos existen otras que no vemos: el combate espiritual por la liberación: “Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio.” (Ef. 6,12). Al respecto afirmó el Papa Pablo VI: “Una de las principales necesidades de la Iglesia de hoy es la defensa contra el maligno, que se llama demonio. El mal no es mera ausencia de algo, sino un agente efectivo: un ser vivo y espiritual, pervertido, perverso (y pervertidor). Va contra las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia quien se rehúsa a admitir esa realidad”. 

La oración de liberación, a pesar de impresionar a unos y fascinar a otros, hace parte del proceso de sanación establecido por Jesús. Al ordenar a sus discípulos que continuasen su obra, Jesús mandó que liberasen a las personas oprimidas por el diablo. Es por amor que Dios libera a sus hijos. En la oración de liberación actúa el poder de Cristo transformando el sufrimiento en alegría, la aflicción en paz, la enfermedad en salud, librando de la presencia diabólica a aquellos que el demonio había aprisionado, y a todos concediendo una vida llena de alegría y paz. 

Jesús trabó ese combate contra el mal innumerables veces y salió vencedor. La victoria del Hijo de Dios destruyó las obras de todos esos espíritus inmundos y seductores (cf. 1 Jn 3,8; Mt 10,1; Lc 6,18; Hech 8,7) Aunque esa tremenda lucha contra las fuerzas de las tinieblas atraviesa toda la historia de la humanidad y va a continuar hasta el último día, Jesús, por el poder de su cruz, nos arrancó de la dominación del maligno y del pecado, destruyendo su poder y liberando todas las cosas de la influencia diabólica. 

La oración de liberación es la fuerza divina para que hombres y mujeres se libren de las artimañas de Satanás, pues, aunque vencido, él y sus demonios continúan de diversas formas su acción perjudicial y destructiva, tocando personas, cosas y lugares. Jesús venció con su muerte al enemigo homicida, y al resucitar nos arrancó de sus garras, colocándonos bajo su luz y protección. Los espíritus de las tinieblas fueron desarmados por Cristo (cfr. Cl 2,15); por lo tanto, es de manos vacías o con lanzas quebradas que intentan cercarnos, mientras estamos revestidos con la fuerza de lo alto. Así que al revestirnos con la armadura de Dios (cosa que algunos cristianos olvidan hacer) quedaremos fortalecidos, y no seremos derrotados. No se trata apenas de evitar la derrota o simplemente conquistar una victoria, sino de arrancar una victoria aplastante por el poder del Espíritu Santo. 

Eso aconteció con los apóstoles. Fueron enviados con autoridad y poder divino: “Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.” (Mt 10, 7-8) El resultado fue impresionante: “Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder de caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.” (Lc 10, 17-19). 

Es necesario entender que no se trata solo de expulsar el mal, sino de liberar a nuestros hermanos y hacerles el bien -todo el bien que fuese posible hacer: dejar a Dios actuar, permitir que la gracia del Señor actúe en la persona para salvarla. 

La oración de liberación está en función de la vida nueva traída por Jesús. Pedro muestra que ella hace parte del proceso de la evangelización: “Jesús de Nazareth fue ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder. Por todas partes, el pasó haciendo el bien y curando a todos los que estaban dominados por el diablo; pues Dios estaba con él” (cfr. Hch 10,38) 

El secreto de Jesús es que “Dios estaba con él”. Cuando Dios está con nosotros, quiere hacer lo mismo que hizo con el Señor: ungirnos con el Espíritu Santo y con poder para que hagamos el bien por donde pasemos, curando a los enfermos y liberando a los que están bajo el dominio del diablo. La obra de liberación se da por medio de las personas ungidas por Dios con su Espíritu Santo, y en nombre de Jesús -personas que creen que Dios cuida y es capaz de actuar dentro de nuestra historia si lo invitamos. 

Suplicar por liberación no es un privilegio de unos pocos, y si una misión dada a todos por Jesús, que nos mandó orar: “Padre Nuestro, (…) líbranos del maligno” (cfr. Mt 6,13) Pedimos a Dios que nos libere para que, una vez libres, podamos luchar por la liberación de nuestros hermanos. Muchos quedan impresionados cuando se toca ese asunto, pero no hay que temer – el alarde hecho por el mal no es demostración de poder y sí de fragilidad; es como el rabo cortado de una lagartija que sale golpeando todo antes de morir. Gracias a Jesucristo, el enemigo furioso ahora no pasa de ser un perro acorralado. Sus latidos asustadores son una señal de que el Señor está actuando poderosamente entre nosotros. 

Es importante conocer más sobre esta lucha porque, independientemente de nuestra voluntad, estamos en el medio de ella. Cuando no tenemos conocimiento de lo que sucede a nuestro alrededor, acabamos por sentirnos perdidos y sin saber qué hacer. Por ignorancia podemos caer en dos errores igualmente ruines: o atribuir todo al maligno o no atribuirle nada a él. 

Recurramos entonces a Dios: 

PARA VENCER EL MAL QUE NOS RODEA 

Aún llena de Espíritu Santo, mientras esté en este mundo, la persona no está inmune a la tentación y, por eso, necesita cuidarse, pues el diablo todavía anda dando vueltas como un león rugiente, procurando a quien devorar. (1 Pe 5,8) Es necesario oponerse al maligno con una fe fuerte -estar fortalecidos en el Señor y en la fuerza de su poder- y sostenidos por la Iglesia, que reza para que sus hijos sean libres de toda perturbación. Por la gracia de los sacramentos, especialmente a través de la confesión frecuente, la persona adquiere la fuerza para llegar a la liberación completa (Rom 8,21) 

PARA VENCER EL MAL QUE ASOLA NUESTRO CUERPO 

Existe una acción del maligno que se manifiesta en las cosas y en lo físico. Por ejemplo, barullos en la oscuridad, objetos que se mueven, voces, sensación de ser tocados, ciertas dolencias extrañas que la medicina no explica. 

Una familia del Distrito Federal me pidió que la visitase e hiciese una oración en su casa porque hacía algunos años que acontecían cosas extrañas. Eran sonidos raros, existía una puerta trabada en el sótano que nadie conseguía mover pero que, algunas veces, a la noche, se golpeaba con fuerza sin existir viento alguno, algunas personas veían bultos, oían voces y escuchaban barullos como los de golpes en la pared. El antiguo dueño, por peleas familiares, vivía allí solo y, no soportando los tormentos, se había suicidado. Unidos en oración, invocamos la Sangre de Jesús sobre cada habitación de la casa, rezamos en cada ambiente pidiendo la bendición sobre aquel lugar. 

Al día siguiente, una joven desconocida golpeó la puerta pidiendo ver el lugar donde el padre había fallecido. Ella nunca antes había puesto los pies en aquella casa. Pero por la fuerza de la oración que habíamos hecho el día anterior, en ella algo aconteció. Había sido tocada por Dios mismo estando lejos de nosotros. Y Dios la había traído para consumar la derrota de aquel mal. Fue un momento lindo de liberación y perdón. A partir de aquella hora, cesó todo problema. Todo se dio en un clima de mucha paz y simplicidad, porque para Jesús todo es muy simple y su presencia llena de paz. 

Muchas veces quedamos espantados con nuestros problemas. Encontramos que son grandes y quedamos paralizados al pensar que no tienen solución. Pero para Jesús no hay problemas sin solución, pues Él es Dios para quien nada es imposible (cfr. Mt 19,26). 

SÚPLICA A DIOS POR LA PROTECCIÓN
DE NUESTRA FAMILIA Y NUESTRO LUGAR 

Extiende tu mano en dirección a la puerta de entrada de tu casa y vamos a orar pidiendo al Señor que proteja y selle tu lugar en el mundo contra todo mal: 
Padre amado, en Nombre de Jesús y por el poder del Espíritu Santo, te pido ahora toda protección sobre mi casa y los que en ella viven. Señor, tú eres el verdadero dueño de este lugar. Por tus manos nuestra familia se formó y por tu bondad ella se mantiene. Del mismo modo que ahora me pongo enteramente bajo tu protección, coloco también mi familia, a fin de que ella sea siempre buena, santa y llena de amor por ti. Bendice, Señor, mi casa, pues en Tu Santo Nombre también la bendigo. No permitas jamás que tu bendición se aparte de nosotros por causa de mis pecados y de mi negligencia. 
En el pasado, para que el espíritu de muerte no afligiese al pueblo, Tú Señor mandaste que fuesen sellados los dinteles de las puertas de sus casas con la sangre de corderos. Señor, te suplico en este momento: no con Sangre de corderos, sino con Sangre de Cristo, sella los dinteles de las puertas de mi casa y también de mi corazón, para que ningún mal pase por ahí y lo penetre. Señor, haz que el enemigo o sus emisarios se mantengan distantes y no puedan pasar por ellas -que todo y cualquier mal sea por la sangre de Cristo borrado. 
Señor y Padre nuestro, te suplico que todos aquellos que por esa puerta pasen e ingresen sean bendecidos y purificados por la preciosísima Sangre de Tu amado Hijo Jesús -que permanezcan en el corazón de esas personas solamente las intenciones buenas. Que ellas sean liberadas al entrar. Que sean protegidas y bendecidas al salir. Que al pasar por esas puertas selladas con la Sangre de Cristo, Tu Santo Ángel nos acompañe y guarde allí donde vayamos y siempre nos purifique cuando volvamos, a fin de que los males de las calles no ingresen a nuestra morada. 
Señor, aparta de esta casa y de los que en ella habitan las dolencias, la pobreza y las riquezas peligrosas. Libra este lugar y esta familia de todas las desgracias, males y peligros espirituales y físicos. Concédeles todas aquellas gracias tan necesarias y preciosas para vivir bien, con felicidad, protección y salvación. Concede también aquellas gracias que yo, por no saber orar como conviene, no sé pedir. 
Que en el Nombre de Jesús, el Señor nos defienda y guarde con la fuerza del Espíritu Santo. A ejemplo de lo que hicieron los Israelitas, sello mi familia y mi corazón con la Sangre de Cristo. Afirmo que las puertas de mi casa están cerradas al maligno y abiertas para ti, mi Dios y Señor. 
Amén 

(Como señal de esta entrega a Dios, puedes fijar un pequeño crucifijo en el dintel de la puerta de tu casa) 

Otro testimonio interesante fue el de una mujer. Ella solo podía mover el brazo derecho con mucha dificultad. El Señor la curó en un momento personal de oración de liberación. Estaba envuelta con el ocultismo y traía un gran odio contra una persona, a quien procuraba hacer el mal a través de hechicerías. Por más que intentase orientarla, ella parecía no comprender los males de aquel enredo. Le pregunté qué quería que orásemos por ella y, durante la oración, nos fue dada la Palabra de ciencia de que el Señor la estaba liberando de un espíritu de enfermedad. Entonces proclamamos: “Espíritu de enfermedad, te ordeno en Nombre de Jesús que dejes esta mujer y ve a los pies de la Cruz para que Cristo te ordene que hacer. Te prohíbo volver a esta mujer para perjudicarla, pues ella esta en las manos de Dios y no en las tuyas”. Ella sintió un escalofrío y después un gran calor en el hombro, y desde ese momento comenzó a mover el brazo normalmente. El Señor la había sanado. 

Satanás la estaba atormentado para que viviese amargada, llena de rencor y amarrada por la intención de venganza. Dios, por lo tanto, la liberó, curándola y bendiciéndola de tal manera que no parecía más la misma persona por la alegría que irradiaba. 

Algunas personas encuentran raro que cosas así sucedan, a pesar de que lo que sería realmente extraño es si Dios no cumpliese sus promesas: “Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. 

Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía” (Isaías 58, 8-10)

Marcio Mendes,
“Pasos para la sanación y liberación completa” – Editorial Canción Nueva
Adaptación del original en portugués

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