Nuestra Señora de la Concepción Aparecida nos enseña que, aún delante de las tribulaciones, necesitamos rezar
El 16 de mayo de 1978, la imagen de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida sufrió un atentado. Después de un corte de energía eléctrica, aprovechándose de la situación, un joven perturbado mentalmente rompió el vidrio donde ella estaba, en la Basílica Vieja de Aparecida. Asustado al ser abordado por los guardias, dejó la imagen caer al suelo, la cual quedó reducida en más de doscientos pedazos.
Entre los pedazos de la imagen que quedaron, las manos en oración permanecieron intactas. La imagen de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida nos trae a todos una invitación a la vida de oración. Muchos se encuentran emocional, espiritual y psicológicamente despedazados. Fueron alcanzados por las tinieblas del miedo, de la enfermedad, del luto, de la tristeza, de la depresión, de la traición, desconfianzas, rabia y violencia, del abandono, de la falta de fe, del desempleo y de la falta de sentido en la vida. En medio a todas estas situaciones, el alma se encuentra despedazada, en migajas; y, a primera vista, parece que nunca más podrá ser reconstruida.
Proceso de restauración del alma
El proceso de restauración de la imagen de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida fue delicado y exigió un minucioso trabajo, así nos relata María Helena Chartuni en su libro ‘La historia de la restauración’, publicado por la editora Santuario. Cuando nuestra alma se encuentra en millones de pedazos, es necesario pasar por un delicado proceso de restauración espiritual y humana. Y Nuestra Señora Aparecida nos enseña que el proceso para restaurar el alma despedazada pasa por la vida de oración.
Sus manos puestas, en sentido de oración en medio a los más de doscientos pedazos, en el día del atentado, nos indica que la oración puede restaurar un corazón despedazado por las tempestades de la vida. Cuando el Arcángel Gabriel anuncia a María que Isabel estaba en el sexto mes del embarazo, él dice: “¡….porque nada es imposible para Dios!”. La confianza en Dios es esencial para que él restaure, con perfección, la historia de una vida despedazada. La oración nos une a Aquel que tiene el poder de transformar un corazón fragmentado en una obra de amor.
Todo proceso de restauración deja marcas que no se borran con el tiempo. Sin embargo, estas marcas son señales de que Dios trabajó en el alma con ternura y misericordia, juntando los pedazos que impedían al alma de ser plenamente feliz. Las cicatrices del alma son señales de heridas sanadas con el bálsamo de misericordia.
Confianza en Jesucristo
Las manos preservadas de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, en el día en que la imagen sufrió el atentado, son una invitación permanente a confiarnos a Jesucristo nuestro Salvador y a poner nuestra vida en las manos de Su Divino Hijo. Jesús conoce el corazón de cada persona y sabe de los dolores que rompen el alma humana. Por medio de la oración, nos adentramos en el Santuario de Su infinita misericordia y somos llevados a Sus cuidados por las manos maternales de la Virgen María, para que Su Hijo cuide de nuestra alma y restaure en vida nueva lo que las tinieblas otrora rompieron.
No tengamos miedo de dejarnos restaurar por Jesús. Él es el único que puede devolver nuestro corazón la paz interior que, algunas veces, sufre numerosos atentados diarios, robándonos el derecho de ser felices.
Que María, la Señora de Aparecida, aquella que confió plenamente en Dios, nos enseñe a buscar, en la oración, el camino de la restauración misericordiosa, permanente y diaria de nuestra alma en Cristo.
Padre Flávio Sobreiro
Teólogo por la Facultad Católica de Pouso Alegre (MG), Sacerdote de la Arquidiócesis de Pouso Alegre (MG) – Brasil. Autor del libro “Amor sin fronteras” de la Editora Canción Nueva.
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