Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad. De manera especial, Cristo permanece presente en medio de nosotros en el don cotidiano de la santa eucaristía. Por eso la misa es el centro y la raíz de la vida cristiana. En cualquier misa está siempre presente el Cristo total, Cabeza y Cuerpo (Ef 1,22-23). «Por él, con él y en él». Porque Cristo es el Camino, el Mediador; en él lo encontramos todo; fuera de él nuestra vida es vacía...
Cristo vive en el cristiano. La fe nos dice que el hombre en estado de gracia está divinizado. Somos hombres y mujeres, no ángeles, seres de carne y hueso, con un corazón y unas pasiones, tristezas y gozos, pero la divinización alcanza al hombre entero, como una anticipación de la resurrección gloriosa. «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» (1C 15,20-22).
La vida de Cristo es nuestra vida según lo que él mismo prometió a los apóstoles en la última Cena: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». El cristiano debe, por consiguiente, vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo de manera que pueda, con san Pablo, exclamar: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), presbítero, fundador
Homilía del 26/03/1967 en Es Cristo que pasa
Homilía del 26/03/1967 en Es Cristo que pasa
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