«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas». Pilatos vio a ese pastor; los judíos lo vieron, lo condujeron a la cruz por causa de su manada, como el coro de los profetas lo había anunciado claramente antes de la Pasión: «Como un cordero, fue llevado al matadero, como una oveja muda cuando la esquilan» (Is 53:7). No rehúsa la muerte, no le huye al juicio, no rechaza a los que lo crucifican.
No fue sometido a la Pasión: él la deseó por sus ovejas. «Tengo el poder de entregar mi vida, dijo él mismo, y el poder de retomarla». Él destruye el sufrimiento por el sufrimiento de su Pasión, la muerte por su muerte. Por su tumba, abre las tumbas. Sacude el lugar adónde duermen los muertos, le hace saltar los cerrojos. Las tumbas están selladas y la prisión cerrada mientras que el Pastor no desciende en la muerte para ir a anunciar la liberación a aquellas ovejas suyas que se habían adormecido (1P 3:19). Lo vemos bajar adónde duermen los muertos: les da la orden de salir, lo vemos renovar incluso allí el mismo llamado a la vida. «El buen pastor da su vida por sus ovejas»: es así que busca el amor de sus ovejas. Quien ama a Cristo, es aquél que escucha su voz.
Basilio de Seleucia (¿-c. 468), obispo
Homilía 26, sobre el buen Pastor (Trad. ©Evangelizo.org)
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