Evangelio según San Juan 10,1-10.
Jesús dijo a los fariseos: "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz". Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia."
Queridos hermanos:
Las lecturas que la liturgia nos propone hoy dejan resonando dos preguntas que, en el fondo, son una sola: ¿Cuál es la puerta por la que entramos a la fe? ¿Cuál es la puerta por la que salimos a la Vida?
Del lado del hombre, siempre han existido los caminos, pero en nuestros días se han multiplicado hasta el infinito. Dice el refrán castellano que todos llevan a Roma; la realidad revela, sin embargo, que muchas sendas acaban cansando y frustrando al caminante, alejándolo de la meta a la que se supone que lo conducían. Por esta razón, el hombre que busca Dios -y también el que cree no necesitarlo-, aun cuando ensaye múltiples caminos para adherirse a la verdad, alberga la íntima convicción de que solo uno le abrirá las puertas de la vida verdadera. Más allá de lo aparentemente anecdótico de la escena, los reproches lanzados contra Pedro en Hch 11 y la discusión a que dan lugar constituyen un reflejo de esta tensión humana: que todas las vías están ahí, frente a nosotros, prometiéndonos la meta deseada, pero no todas –quizá solo una- nos permitirá llegar «hasta tu monte santo, hasta tu morada» (Sal 41). Una tensión que amenazó con dividir a las comunidades cristianas de los orígenes según la procedencia de su fe –judíos, gentiles-, partiendo la Iglesia primitiva en dos. Una tensión que, de hecho, pone en crisis al mundo y que, en muchos momentos de la existencia, puede quebrarnos por dentro.
Del lado de Dios, que busca al hombre, el trazado es uno solo: Él ofrece a su Hijo como Camino, Verdad y Vida. En Él convergen las muchas sendas posibles que elevan al ser humano, pero, al mismo tiempo, Él es el único Camino firme y fiable: quien no pasa por Él -como se pasa por la puerta del aprisco-, aún no conoce la Verdad plena, la Vida en abundancia. Al lado del Buen Pastor, todos los demás maestros –incluso los que tienen mejor voluntad- acaban mostrando su fragilidad, cuando no su torcido interés. De un modo misterioso, Cristo es «origen, camino y término del universo» (Rm 11,36). Si por Él entramos a la fe, ¿por qué tratar de salir sin Él hacia la Vida?
Vuestro hermano en la fe:
Adrián, cmf.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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