Juan 13, 16
La humildad de Dios es asombrosa. Habitando en la perfecta paz y seguridad del amor divino, sin necesidad absolutamente de nada, decidió crearnos y compartir con nosotros su vida divina.
Al principio de la creación, el ser humano cayó en el pecado de la soberbia y despreció a su Creador. ¿Cuál fue la respuesta del Todopoderoso? ¡Envió a su Hijo único a lavarnos los pies! (Juan 13, 3-15). Nosotros le taladramos los pies en la cruz con nuestros pecados, pero él viene cada día humildemente a lavarnos los pies a nosotros, pecadores rebeldes.
Ningún sirviente es superior a su patrón (Juan 13, 16), de manera que, si queremos corresponder al amor que Dios nos tiene, lo mejor que podemos hacer es imitar su proceder, sirviendo al prójimo con toda humildad. Cualquiera sea nuestra vocación u oficio, estamos llamados a “lavar los pies”. Ese es nuestro deber. En Cristo Jesús, debemos estar dispuestos a rebajarnos con el fin de enaltecer y reconfortar a las personas con quienes vivimos y trabajamos. ¿Qué madre o padre no asume este deber día tras día al cuidar a sus hijos? ¿Qué sacerdote que escucha confesiones y ofrece el consuelo del perdón de Dios está libre del deber de demostrar una humildad como la de Cristo? ¿Qué marido que ame a su esposa, o qué esposa que ame a su marido no ha recibido la invitación a seguir el ejemplo de Jesús? En innumerables situaciones, todos podemos humillarnos y en cada uno de esos casos, Jesús está presente.
El Espíritu Santo que habita en nuestro corazón está siempre tratando, con gran humildad, de convencernos de que somos criaturas amadas de un modo extraordinario y llamándonos a amar al prójimo también de un modo extraordinario. Siempre está tratando de guiar nuestras acciones y orientar nuestras actitudes, para que adoptemos la forma de pensar y las prioridades de Cristo. Si aprendemos a someternos al Espíritu y a razonar como Jesús, no sólo nos sentiremos seguros del amor de Dios, sino que podremos hacer grandes cosas, es decir, humildes actos de servicio.
“Jesús, Señor mío, sé que tú eres el Siervo Sufriente y que comprendes a la perfección el plan de tu Padre para el mundo. Ayúdame, Señor, a entender mejor cómo es tu Reino, para seguir tu ejemplo y servir a tu pueblo con humildad.”
Hechos 13, 13-25
Salmo 89(88), 2-3. 21-22. 25. 27
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario