Evangelio según San Juan 14,1-6.
Jesús dijo a sus discípulos:"No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.Ya conocen el camino del lugar adonde voy".Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?".Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí."
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
«Pero Dios lo resucitó de entre los muertos». Todo el cristianismo pende de esta adversativa paulina: o la mantenemos en pie o se nos cae toda la fe, por más coherente y honesta que sea. El tiempo de Pascua es un tiempo de Luz y de Alegría precisamente porque el Señor Jesús pasa por él para llegar a la Vida eterna y abrirnos a nosotros las puertas del cielo. Al ser resucitado por el Padre, Cristo pasa de la muerte a la vida, del furor a la paz, de la miseria a la plenitud, del grano al pan, de la noche a la mañana. El Señor pasa resucitado por este mundo nuestro, por esta historia nuestra, y lo hace invitándonos a dar con Él este paso definitivo hacia la vida que no acaba: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a preparos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo».
Al final, el único asidero que tenemos los que peregrinamos en este mundo es la confianza en que lo que Dios dice y hace llega a buen término. Y que ese término es el de la Vida eterna en, por y con Cristo. Es cierto que la resurrección tiene una incidencia tímida en nuestra historia -aunque decisiva- pero solo quien confía ciegamente en este misterio recibirá a raudales el don que hoy nos llega tan suavemente. Todo depende de esto: de que demos el paso de esperar en Dios, que nos ha prometido la felicidad completa en Jesucristo, aun cuando los que vivimos bajo el signo de Tomás no acertemos a describir cómo sucederá en nosotros este milagro de su bondad.
Señor, ¿a quién vamos a acudir? Pocos hablan hoy de la vida eterna, pero esta fue tu promesa final, tu bienaventuranza definitiva. La de la Pascua no es una felicidad ingenua o pasajera, sino la dicha de los que creen que vivirán en Dios para siempre. ¿Seremos nosotros capaces de derribar los muros del escepticismo y de abandonarnos a la confianza de que así será en nosotros como fue en Jesús, en María?
Adrián, cmf.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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