En la primera lectura de hoy, vemos que San Pablo predicaba el mensaje evangélico, resumiendo en pocos versículos los años de apostolado de Jesús. ¿Qué decía Pablo?
Que Jesús vino en persona al pueblo que él y su Padre habían creado, es decir todos nosotros, pero no quisimos reconocerlo. Aunque era absolutamente inocente, lo condenamos a morir como un malhechor. Fue crucificado y sepultado. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, dando así cumplimiento a sus promesas y respuesta a nuestras oraciones. Este es el “mensaje de salvación” (Hechos 13, 26) en forma muy resumida, pero eficaz.
Es bien sencillo, ¿cierto? De hecho, probablemente cualquier persona puede relatar esta historia. Y ese es precisamente el propósito. Todos podemos ser testigos de la gozosa sencillez del plan de redención; todos podemos acatar la llamada a ir y evangelizar a los demás. Pero a veces no es tan fácil conseguir que las palabras fluyan de la boca, aun si encontramos una buena oportunidad. ¿Por qué sucede así?
Una de las razones más comunes es que no tenemos la seguridad de saber hacerlo bien; dudamos de que podamos explicar el mensaje de la salvación de una manera clara y atractiva o que nuestras palabras sean lo suficientemente persuasivas como para convencer a otra persona. A veces estas inseguridades nos paralizan tanto que terminamos por no decir nada y nos perdemos la oportunidad.
Pero el Evangelio tiene la potente cualidad de movernos a actuar, de no dejarnos tranquilos hasta que compartamos las bendiciones que hayamos experimentado. Sí, es preciso compartir con otros la verdad que hemos conocido, pero es el Señor mismo el que se encarga de cambiar el corazón del oyente; es nada más que por obra de su gracia que alguien se siente movido a abrir el corazón al Señor; solamente el Espíritu de Dios puede llevar su verdad a iluminar la conciencia y el corazón de alguien, no lo que nosotros digamos, aunque sean palabras elocuentes.
Así pues, recuerda que no tienes que ser teólogo ni sacerdote ni religioso para compartir el Evangelio con alguien. Solamente tienes que ser dócil a la inspiración del Espíritu y estar atento a las oportunidades que el Señor te presente, y hacerlo en forma sencilla, para que sea Dios quien actúe en el otro.
“Amado Jesucristo, lléname de tu amor y tu paciencia para saber cuándo y con quien compartir la buena noticia del Evangelio.”
Salmo 2, 6-11
Juan 14, 1-6
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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