Evangelio según San Juan 10,22-30.
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente". Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa".
Queridos hermanos:
El Evangelio permanece escrito con tinta indeleble en lo hondo de nuestras entrañas humanas, pero anunciar a Jesús y creer en Él casi nunca responde a un movimiento espontáneo, natural: somos torpes para hablar bien de Dios, aun llevando su imagen dentro de nosotros; y pobres para creer en Dios, aun habiéndolo conocido encarnado en la historia.
Las lecturas del libro de Hechos que escuchamos estos días están redactadas con delicadeza y finura, pero no ocultan la difícil evangelización de los primeros discípulos de Jesús. El escritor sagrado jamás pierde la compostura, pero tampoco oculta la verdad. Las idas y venidas de Esteban, Pablo, Bernabé y tantos otros responden, por un lado, a la alegría irrefrenable de quien se ha encontrado con Cristo y desea comunicarlo; por otro lado, son un vivo testimonio de la cruda problemática que acarrea siempre la transmisión de la fe: el Señor nos ha llamado a evangelizar, eso no se duda, pero... ¿quién, cómo, cuándo y a quién? ¿Cómo tener certeza de que la mano del Señor –su Espíritu- está con nosotros al darlo a conocer?
Las fricciones externas a que da lugar el anuncio del evangelio tienen una cierta correspondencia con las resistencias internas del discípulo. Los judíos que se encontraban en Jerusalén por la fiesta de la Dedicación han visto a Jesús y también las obras que Él estaba haciendo en nombre del Padre. Sin embargo, no terminan de dar el salto de la fe, porque no se trata de fiarse de un hombre bueno, sino de creer que ese hombre es Dios mismo con nosotros. ¿Cómo saber con certeza que Él es quien dice ser? ¿Por qué entregar el corazón a quien no manifiesta su gloria de manera inequívoca?
Cuando pensamos que lo tenemos todo a favor para encontrar al Señor y para comunicarlo con acierto, el desconcierto de la evangelización y la inquietud de la fe pueden hacernos zozobrar... no ser que elijamos la senda de la humildad y la paciencia evangélicas. Humildes para hablar de Quien siempre nos excede; pacientes para convertirnos en ovejas que han aprendido a reconocer Su voz. Entonces, sí. Entonces, poco a poco, iremos convirtiéndonos en testigos y mensajeros del gozo del Evangelio.
Vuestro hermano en la fe:
Adrián, cmf.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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