martes, 5 de junio de 2018

ACEDIA, EL PECADO DE LA FLOJERA ESPIRITUAL

ACEDIA, EL PECADO DE LA FLOJERA ESPIRITUAL
“La pereza hunde en la somnolencia y el alma apática pasará hambre”.
Proverbios, 19-15



1. LA ACEDIA ES LA FLOJERA O LA PEREZA EN EL PLANO ESPIRITUAL Y RELIGIOSO

En pocas palabras, la acedia es la flojera o la pereza en el plano espiritual y religioso. Oímos la Palabra del Señor, no obstante nos da cansancio cumplirla. Esta acedia, algunas veces se acompaña de una cierta tristeza, que nos confunde y nos pone lento para los ejercicios que necesita el espíritu y por general, culpamos a la fatiga corporal. En todo caso, no deja de ser negligencia y en muchos casos indolencia, por tanto nos aleja de la virtud de la caridad con nuestros hermanos, a quienes les dejamos de lado por la acedia.

En efecto, la acedia, no hace sentir un negativo malestar con las cosas que nos exige la fe, en otras palabras, un cierto disgusto de las cosas espirituales, lo que nos motiva a ser negligentes e irresponsable con nuestra profesión de fe, queremos abreviar todo, y nos hace buscar motivos insignificante para no cumplir con lo que sabemos es necesario para seguir los caminos de los consejos evangélicos. El que está dominado por la acedía, siempre tiene un motivo para no participar de una actividad religiosa, lo peor, es que busca a través del engaño, compasión por sus dificultades.

Es así como podemos definir la acedia como tedio, aburrimiento, fastidio, tristeza, flojera, pereza espiritual, ansiedad del corazón y del espíritu del que la padece y que le provoca esa modorra que lo vence antes las obligaciones como hombre de fe, de orar, ir asistir a Misa, atender a un hermano necesitado, atender su compromiso de comunidad, etc.

Pero también, la acedia, es parte de esa falsa humildad en el sentido de que nos sentimos desmoralizados y por tanto no hacemos nada por confiar en la providencia, porque eso implica paciencia y esperanza y nos da mucha pereza tener que esperar por la ayuda de Dios. Por tanto, la acedia nos puede llevar a la decisión espiritual que se puede transformar en una auténtica huida de Dios, con la disculpa que lo único que deseamos es paz, que nos dejen en paz, pero solo por la flojera de los deberes que debemos cumplir ante Dios y no queremos hacer nada. Si es así, por la acedia postergamos nuestro camino de santidad o derechamente no vamos hacia el camino de perfección.

2. LO QUE DICE NUESTRA IGLESIA Y EL CATECISMO SOBRE LA ACEDIA

Del Catecismo: “Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas”. (CIC 2094). En síntesis, es un pecado contra el amor de Dios y, por ende, contra el Primer Mandamiento.

Del Catecismo se pueden desprender la existencia de muchas faltas que cometemos como consecuencia de la acedia, porque este mal, es parte de la indiferencia, la ingratitud, la tibieza, la pereza para las cosas relativas a Dios y a la salvación, a la fe, la esperanza y la caridad. Este relajamiento, no hace descuidar aspecto tan solicitados por el Señor como es la oración y la vigilancia de no caer en tentaciones. Y todos, por muy cercanos que nos sintamos del Señor, podemos caer en este mal. Como lo relata el Evangelio de Mateo cuando Jesús invita a tres de sus amigos a una propiedad llamada Getsemaní, y les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo” y luego viene donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil. Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Volvió otra vez y los encontró dormidos” (Mateo 26, 36-43)

Otro ejemplo claro sobre la acedia, lo encontramos en Mateo: “Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña.” Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: “Voy, Señor”, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? (Mateo, 21-28-31)

3. LA ACEDIA EN OPINIÓN DE LOS SANTOS Y ERUDITOS EN EL TEMA

San Juan Damasceno definió la acedia como “una especie de tristeza deprimente”; Santo Tomás la describe como “tristeza mundana” San Gregorio Magno la denomina como la apatía en torno a los preceptos. Santo Tomás afirma que siempre es algo malo; ya sea por sí misma o por sus efectos. Es mala en sí misma cuando la tristeza es causada por un bien verdadero, pues el bien espiritual sólo debería alegrar. Es mala en sus efectos, cuando la tristeza es causada por algo que verdaderamente es un mal (y por tanto, tendría razón de entristecer) pero entristece al punto de abatir el ánimo y alejar de toda obra buena. En este sentido San Pablo, hablando del pecador, dice a los corintios: “por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza” (2 Corintios 2,7)

Santo Tomás de Aquino define también la acedia como tristeza del bien espiritual; indicando que su efecto propio es el quitar el gusto de la acción sobrenatural. Es una desazón de las cosas espirituales que prueban a veces los fieles e incluso las personas adentradas en los caminos de la perfección; es una flaccidez que los empuja a abandonar toda actividad de la vida espiritual, a causa de la dificultad de esta vida.

Guigues II, uno de los primeros cartujos, fue Prior de la Cartuja hacia el 1174, la describió la acedia de la siguiente manera: “Cuando estás solo en tu celda, a menudo eres atrapado por una suerte de inercia, de flojedad de espíritu, de fastidio del corazón, y entonces sientes en ti un disgusto pesado: llevas la carga de ti mismo; aquellas gracias interiores de las que habitualmente usabas gozosamente, no tienen ya para ti ninguna suavidad; la dulzura que ayer y antes de ayer sentías en ti, se ha cambiado ya en grande amargura”.

San Ignacio: “Llamo desolación… [a] oscuridad de alma, turbación de ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor”. Es decir, es el tedio de la vida espiritual, así de la vida activa como de la contemplativa, incapacita y nos hace sentir desolados y lo peor es que nos pone pesimista.

Evagrio Póntico, o Evagrio el Monje, (345-399) fue un monje y asceta cristiano. Era muy conocido por sus cualidades de pensador, escritor y orador. El describía al acedioso diciendo: “La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante está siempre tranquilo. El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos, cosa que garantiza su propio objetivo. El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción…”

4. EL PECADO DE ACEDIA

El Pecado de la acedia es un vicio especial que se opone al gozo que debería procurar el bien espiritual en cuanto al bien divino. Este gozo es un efecto propio de la caridad; por eso, entristecerse del bien divino es un pecado contra la virtud teologal de la caridad: “entristecerse del bien divino, del cual goza la caridad, pertenece al vicio especial que es llamado acedia”. Este “entristecerse” ha de entenderse como: descontentar, sentir hastío, pereza, aburrimiento, desgana, apatía, displicencia. Propiamente consiste en el fastidio a la virtud cuando ésta no va acompañada de consuelo; antipatía a la “virtud crucificada”. La acedia, en cuanto pecado especial, “produce tristeza del bien interno y divino”, así como “amar este bien lo hace la caridad como virtud específica”. La acedia tiene su raíz en el desorden de la carne y domina cuando domina en el hombre el afecto carnal.

Por tanto la acedia no sólo es un pecado simple, es lo que se llama pecado capital, donde es el principio, cabeza o madre de otros pecados. Los pecados capitales son origen de otros pecados en el género de la causalidad final, pues éste es el único modo de causalidad que entraña una influencia específica de ciertos pecados respecto de otros; las demás influencias causales son muy genéricas: “el pecado capital es aquel del que nacen otros vicios en razón de causa final”. Esto quiere decir que el vicio capital tiene un fin intrínseco para cuya consecución engendra otros pecados; por ejemplo, la avaricia, que tiene como fin la indefinida acumulación de riquezas, engendra el fraude, el dolo, el robo, la dureza del corazón, la inmisericordia (sin estas actitudes difícilmente el avaro podría enriquecerse como apetece). Por eso dice Santo Tomás que “llamamos pecados capitales a aquellos cuyos fines poseen cierto predominio sobre los otros pecados para mover el apetito”.

5. PECADOS NACIDOS DE LA ACEDIA

¿Cuáles son los pecados que la acedia engendra como vicio capital? Si consideramos que equivale a lo que San Gregorio llama tristeza, debemos admitir con este último seis pecados derivados (“las hijas de la tristeza”): malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, indolencia en lo tocante a los mandamientos, divagación de la mente por lo ilícito.

San Isidoro de Sevilla indica, en cambio cuatro derivadas de la tristeza: el rencor, la pusilanimidad, la amargura, la desesperación; y seis de la acidia propiamente dicha: la ociosidad, la somnolencia, la indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo, la inestabilidad, la verbosidad, la curiosidad.

Santo Tomás conoce las dos primeras enumeraciones y se esfuerza por darles un sentido lógico y armonizarlas tomando como base la de San Gregorio. Parte de lo que dice Aristóteles: “nadie por largo tiempo puede permanecer con tristeza y sin placer”, por lo que, de la tristeza nace necesariamente un doble movimiento: huida de lo que entristece y búsqueda de lo que da placer.

En síntesis, de la acedia se originan los seis pecados siguientes:

Malicia propiamente dicha. El término designa, “indignación y odio contra los mismos bienes espirituales”. Es un punto probablemente no querido ni sospechado por el acidioso, pero en el que lógicamente puede desembocar el resentimiento y animadversión que experimenta (cuando no es combatido) por los bienes espirituales o las personas que con ellos nos relacionan: se empieza por “amar menos”, se sigue por “preferir” otra cosa a los bienes espirituales; puede terminar por odiar aquello que ya desistimos de conseguir o buscar.

Rencor o amargura. Santo Tomás entiende esta expresión como “indignación contra las personas que nos obligan contra nuestra voluntad a los bienes espirituales que nos contristan”. Es decir, los superiores en la vida religiosa, y, para los perezosos en general, los virtuosos. Los primeros porque tienen autoridad para exigirnos el cumplimiento de la virtud. Los segundos porque el virtuoso, como el santo, “acusa” con su virtud eminente la desidia de los flojos.

Pusilanimidad. La acedia engendra la “pusilanimidad y cobardía de corazón para acometer cosas grandes y arduas empresas”. El tedio a la dificultad que comporta la virtud (al menos en los comienzos de la vida austera) engendra miedo al trabajo y a la perseverancia en las buenas obras y consecuentemente el ánimo se achica o se viene abajo.

Desesperación. Ha de entenderse como el natural fastidio y consecuente huida de aquella obra difícil que produce tristeza. El fastidio y el aburrimiento no combatidos (al menos mediante la perseverancia y firmeza en no abandonar la obra comenzada o el deber contraído) pueden terminar en el abandono, en la desesperación de no poder llevar adelante tales obligaciones.

Incumplimiento de los preceptos. Primero voluntariamente (ociosidad y somnolencia voluntarias ante los deberes de estado o simplemente ante los mandamientos divinos), y a la postre como una imposibilidad de obrar el deber fruto de la indiferencia adquirida.

Divagación por las cosas prohibidas (inestabilidad del alma, curiosidad, locuacidad, inquietud corporal, inestabilidad local). Divagar significa “apartarse del asunto que se debe o se está tratando”. Indica aquí el dirigirse hacia lo ilícito como fruto de la deserción de los bienes sobrenaturales. Es un volcarse hacia las creaturas del pecado en general y propio de este pecado en particular.

6. COMO COMBATIR LA ACEDIA

Finalmente, con el deseo de poner freno a este mal de acedia, hay que reflexionar el modo de cómo sacarla de nuestra vida, para lo cual, hay que dar prioridad a la Palabra de Señor, oírla y orarla, buen remedio para no caer en tentación. “Vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: ¿Cómo es que están dormidos? Levántense y oren para que no caigan en tentación. (Lucas 22, 45-46)

Un buen consejo nos viene de Santo Tomás: “Cuando pensamos más en los bienes espirituales, más nos agradan, y más de prisa desaparece el tedio que el conocerlos superficialmente provocaba”. Y el mismo en otro lugar: “Cuanto más pensamos en los bienes espirituales, tanto más placenteros se nos vuelven, y con esto cesa la acedia”. Condición fundamental para el amor es que la voluntad perciba como “bien para ella” aquello que debe amar. El verse objeto del amor de Dios enciende nuestro amor por Dios, lo que se puede lograre con la contemplación.

Hacer crecer la caridad hacia Dios y los dones por los que Dios se nos participa: la gracia, los dones del Espíritu Santo, los mandamientos divinos, los consejos evangélicos. Todos los medios para acrecentar la caridad son remedios para vencer la acedia: la vida fraterna, la misericordia, el trato asiduo con la Eucaristía, la oración perseverante, el hábito por la lectura de la Sagrada Escritura, la Lectio Divina, etc.

Pero la mejor arma, es la firmeza del propósito de no dejarse dominar por la acedia, para lo cual es necesario el trabajo perseverante y decidido contra el ocio, lo que se puede hacer por medio de la lectura espiritual, la lectura de los salmos, la oración, dedicarse a las buenas obras y darle importancia y prioridad a la cosas espirituales por sobre las mundanas, algo difícil en esto tiempos, donde somos tentados a diarios por la radio, la televisión, la vida superficial. Se puede perfectamente, hacer una vida cristiana entretenida con la cual se puede combatir el tedio, se puede de buena forma participar de la vida moderna, pero todo ello, siempre atento a la palabra del Señor, para no caer en esta torpe tentación de la somnolencia espiritual.

Recomienda el sabio: “Adquirir sabiduría, cuánto mejor que el oro; adquirir inteligencia es preferible a la plata. El camino de los rectos es apartarse del mal; el que atiende a su camino, guarda su alma…. El que está atento a la palabra encontrará la dicha, el que confía en el Señor será feliz. (Proverbios 16,20)

El Señor nos cuide y nos bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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