Uno de los más incomprendidos entre los pecados cardinales es la pereza. Esto es porque la mayoría lo ve simplemente como no tener ganas de trabajar. Pero la pereza es más que eso. Tomemos un momento para considerar algunos aspectos del pecado capital que llamamos pereza.
La palabra griega que traducimos como pereza es acedia ἀκηδία (a = ausencia kedos + = de atención), lo que significa indiferencia o negligencia. Santo Tomás habla de la pereza como la pena por el bien espiritual. Por ello, evitamos el bien espiritual como algo demasiado molesto (cf ST II-II 35,2).
Algunos comentaristas modernos hablan de la pereza como la sensación del "no me importa". Algunos incluso dicen que es una especie de desamor hacia Dios y las cosas de Dios (cf Ap 2: 4). A causa de la pereza, la idea de una vida buena y el regalo de una humanidad transformada no inspira alegría, sino aversión o incluso disgusto, porque es vista como demasiado pesada o que exige dejar de lado los placeres o pecados que se disfrutan actualmente. Por la pereza, muchos experimentan tristeza en lugar de alegría o entusiasmo por seguir a Dios y recibir una vida humana transformada. Están angustiados ante la perspectiva de lo que podría pasar en caso de abrazar la fe más profundamente.
La pereza también tiende a olvidar el poder de la gracia, centrándose en el "problema" o esfuerzo que implica el ser cristiano, en lugar de entenderlo como una gracia, como una obra de Dios.
Como dije antes, muchas personas hoy en día equiparan la pereza con las pocas ganas de trabajar. Pero la pereza no es simplemente eso; se entiende más bien como la tristeza o indiferencia. Aunque la pereza a veces puede tener que ver con el aburrimiento y la desgana hacia el logro de bien espiritual, también puede manifestarse con un "meterse a lo loco” en las cosas del mundo a fin de evitar las preguntas espirituales o vivir una vida reflexiva.
En resumen, se puede ser un adicto al trabajo, y sin embargo, estar pecando de pereza.
Dicho esto, la pereza suele manifestarse como una especie de letargo, un aburrimiento que parece que no puede sentir ningún interés, energía, alegría o entusiasmo por los dones espirituales. Estas personas pueden ser entusiastas acerca de muchas cosas, pero Dios y la fe no están entre ellas.
El aburrimiento parece haber aumentado en los tiempos modernos y esto alimenta la pereza. En efecto, hoy estamos hiperestimulados. El ritmo frenético, las interrupciones interminables, la abundancia de entretenimiento, las películas de ritmo rápido, y los videojuegos nos sobreestimulan. Desde el momento en que despertamos hasta que nos caemos en la cama al final del día, casi nunca hay un momento de silencio o un momento en que no estamos siendo bombardeados por imágenes, a menudo vacilantes y rápidamente cambiantes.
Este hiperestimulación provoca que cuando nos encontramos con cosas como la oración silenciosa, o se nos pide que escuchemos durante un período prolongado, o cuando la imagen no está cambiando lo suficientemente rápido, nos aburrimos fácilmente.
Peter Kreeft dice,
La pereza es un pecado frío, no caliente. Pero eso lo hace aún más letal. Cuando uno se rebela contra Dios, está más cerca de él que si le es indiferente… Dios puede enfriar más fácilmente nuestra ira que encender nuestra frialdad, a pesar de que puede hacer ambas cosas. La pereza es un pecado de omisión, no de comisión. Eso también hace que sea más letal, por una razón similar. Para cometer el mal, al menos uno debe estar dentro del juego… La pereza sencillamente lleva a no querer jugar, ni con Dios ni contra Dios… Se sienta en el banquillo aburrida … Es mejor ser frío o caliente que tibio [Back to Virtue, pag. 154].
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