Entre las experiencias fuertes que he tenido, hay que destacar los momentos del baño. Una persona desnuda se encuentra en un estado particular de vulnerabilidad y de pequeñez. Hay que estar a la escucha de su cuerpo y de sus reacciones para que se pueda aprovechar al máximo ese momento privilegiado de relación. Bañar a una persona exige una gracia especial de delicadeza y un profundo respeto del cuerpo. Antes de venir al Arca no había bañado nunca a nadie. Cuando lo hice, descubrí el sentido de las palabras de Pablo: "¿No sabes que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo? ”(1 Cor 6,19). Ese cuerpo débil, frágil, desnudo, es el lugar de la presencia de Dios, como mi propio cuerpo.
Jean Vanier, Amar hasta el extremo, P 30.
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