Marcos 12, 10
En el contexto de la creciente oposición de las autoridades religiosas, la parábola de los labradores ofrece un anticipo del desenlace de todo el drama del Evangelio: el ataque al hijo amado del dueño de la viña, que representa el rechazo final y la crucifixión de Cristo.
En la parábola de hoy se pone en acción el cántico de la viña que aparece en Isaías 5, 1-7, razón por la cual se puede tener la certeza de que los oyentes de Jesús deben haber reconocido el paralelo entre la parábola y el cántico. ¡Con qué generosidad había cuidado Dios a Israel! ¿Qué más pudo haber hecho por él? Sin embargo, el pueblo no dio el fruto que el Señor quería. Los sacerdotes y escribas —en realidad, todos los gobernantes y autoridades de Israel— eran los labradores responsables de la viña. Ellos fueron los que rechazaron a los mensajeros de Dios, el último de los cuales fue San Juan Bautista, y ahora, como Jesús se daba perfectamente cuenta de esto, se preparaban para rechazarlo y matarlo a él, que era el Hijo amado.
Los lectores de San Marcos deben haberse sentido aludidos, ya que ellos eran ahora los responsables de la viña, la Iglesia sobre la cual Dios había prodigado tantas bendiciones y cuidados. La Iglesia es para nosotros una gran cerca protectora que nos resguarda de los peligros del mundo, especialmente la incredulidad, la indiferencia religiosa y la corrupción en sus variadas formas, y nos permite crecer. El Señor nos cuida y está presente para nosotros en la Palabra y los sacramentos y nos invita a dar fruto para su gloria.
Seamos pues, agradecidos del amor profundo y el cuidado incansable de Dios a la Iglesia. Todos tenemos dificultades y problemas, pero incluso en las dificultades podemos encontrar señales del amor de Dios. Quizá el hecho de que se nos haya cerrado una puerta puede ser, en realidad, que el Señor nos impida seguir por una senda que pudiera causarnos daño. Es posible que Dios tenga algo mejor para nosotros que lo que vemos ahora. Si nos entregamos de corazón a Cristo, lo buscamos en la oración y recibimos los sacramentos, nuestro amor a Dios crecerá y un día podremos decirle que queremos vivir para él. ¡Así seremos servidores dignos cuando él regrese!
“Jesús, Señor mío, creo que eres el amado Hijo de Dios, y quiero consagrarte mi vida. Ayúdame a ser fiel a ti y a dar fruto agradable a Dios.”
2 Pedro 1, 2-7
Salmo 91(90), 1-2. 14-16
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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