Marcos 12, 17
Hoy leemos que los herodianos y los fariseos querían tenderle una trampa a Jesús, y le hicieron una pregunta que él no podría responder sin hacer enojar a alguien: “¿Está permitido o no pagarle tributo al César?” (Marcos 12, 14) La respuesta de Jesús podía meterlo en un problema, ya fuera con el pueblo o con los romanos, así que desvió la conversación hacia su Padre.
Les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Usando la palabra “imagen”, Jesús hablaba de algo más que impuestos. Obviamente, la moneda que mostraba la imagen del César le pertenecía al César. Pero Jesús deseaba que quienes lo escuchaban entendieran que quién lleva impresa la imagen de Dios le pertenece a él.
¡Claro! Dios nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1, 27). Los jefes judíos que cuestionaron a Jesús posiblemente conocían muy bien este pasaje de la Escritura hebrea y se quedaron totalmente “admirados” por la forma en que Jesús les había devuelto la pregunta. Con todo, el Señor no estaba tratando de silenciarlos, sino de recordarles que ellos le pertenecían a Dios.
Nosotros también le pertenecemos a Dios. Entonces, ¿No debería ser nuestra vida una manifestación de que le pertenecemos a Dios? ¿Qué significa pagarle el “tributo” de nosotros mismos a Dios?
Primero, no significa que seamos un bien que Dios pueda reclamar como de su propiedad. No, somos sus hijos amados. Él nos ama y nosotros le pertenecemos tal como un hijo le pertenece a su padre humano. Es una relación basada en el amor, no en la propiedad.
Lo que sí significa es que nos entregamos plenamente a Dios. ¿Cómo? Dejando que él nos acerque a su lado. Piensa en cómo te sientes cuando estás junto a tu cónyuge o alguien de tu familia a quien amas mucho. ¿Acaso no crece tu amor por esa persona? Tal vez experimentes una sensación de paz, o sientas más ternura en tu corazón por esa persona. Conocemos el amor de Dios y nos sentimos inclinados a amarlo más. Percibimos la gran bondad que nos demuestra y queremos ser igual de buenos con quienes tenemos cerca.
Acercarnos a Dios en la oración nos hace pagarle “tributo” gozosamente al Señor por todo el bien que nos ha hecho (Salmo 116(115), 12).
“Amado Señor y Salvador mío, acércame cada día más a ti. En tus manos entrego mi vida: mi pasado, mi presente y mi futuro.”2 Pedro 3, 12-15. 17-18
Salmo 90(89), 2-4. 10. 14. 16
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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