Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones.Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?".Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario".Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César".Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
Regalos envenenados
Hay alabanzas y piropos que lejos de acariciarnos por dentro (nunca viene mal) son regalos envenenados. Esto me parece que ocurre en el inicio del evangelio de hoy: “tú que eres tan sincero… tú que dices siempre lo que piensas…”
Lo malo no es que intenten cazarnos, como a Jesús, sino que muchas veces estamos tan lejos de nosotros mismos, que ni nos damos cuenta. Jesús sí. Llama la atención ver con qué serenidad está tan asentando en sí mismo, en su propio centro, que puede vivir volcado en los demás. Por eso, no cae en su juego. No responde con violencia ni se pliega a sus lisonjas.
¡Cuántas veces pido a Dios el don de esta serenidad tan humilde como imbatible! Esa capacidad que algunos tienen para vivir como un compás, fijo en el centro y libre para trazar el círculo. Esa capacidad para no dejar de decir lo que en conciencia crees que debes decir y a la vez no ir “escupiendo” verdades que al final quieren ser más un autobombo que una aspiración honesta de fidelidad a Dios y su verdad.
Y así siento que nos escucha y habla también Jesús a nosotros cuando vamos por ahí con preguntas capciosas o envenenadas: ¿hay que ayunar o no, porque estos enseguida se abren un refresco a la menor oportunidad?, ¿no habíamos quedado en que el evangelio está por encima de partidos y ahora éstas participan de tal reclamación en el barrio?…
Y entonces, cuando recibimos la respuesta de Jesús serena y amplia, sólo me queda repetir con la carta de Pedro: “Realmente, Señor, tu paciencia me salva”.
Nuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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