viernes, 15 de junio de 2018

Meditación: Mateo 5, 27-32

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos… pero yo les digo…
Mateo 5, 27

Anunciando la venida del Reino de Dios, Jesús enseñó cómo han de vivir sus seguidores para que la vida divina se arraigue y crezca en ellos. Para eso mencionó las malas inclinaciones de la vida humana: mala conducta, enojos, malas palabras, afán de venganza, amor al dinero y muchas otras. Sus preceptos siguieron un modelo definido: “Oyeron que se dijo… pero yo les digo…” Sin duda un nuevo planteamiento que superaba con mucho las leyes de Moisés y de los fariseos. Jesús no era un profeta que hablara “en nombre de Dios”; no, era Dios mismo que había venido a habitar entre sus hijos y que les hablaba con su propia Palabra creadora y purificadora.

Esta visión de Jesús trasciende la letra de la ley: “No cometerás adulterio”, vino a ser, “todo aquel que mira a una mujer con lujuria, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.” Jesús movió el punto focal hacia el corazón, traspasando hasta las intenciones más profundas de Moisés. Usando un estilo típicamente rabínico, Jesús dijo que los creyentes tendrían mejores resultados si se arrancaban los ojos o las extremidades —si fuera necesario— con tal de merecer el Reino. Esto significa que es sumamente importante extirpar de nuestro interior los impulsos más arraigados que nos hacen caer en pecado.

La enseñanza de Jesús acerca del divorcio echó por tierra las ideas preconcebidas de sus oyentes (como lo demuestran las protestas de los discípulos en Mateo 19, 10). Estas palabras no tuvieron la intención de condenar a nadie a permanecer para siempre en relaciones destructivas, sino de señalar la gracia que Dios otorga a las parejas casadas para vivir de un modo que sirva para promover el Reino de Dios. Esta enseñanza, tal como las bienaventuranzas y la exhortación a amar a nuestros enemigos, revela que el nuevo estilo de vida que Jesús trajo al mundo es radicalmente diferente.

Sin embargo, para vivir según este nuevo concepto se necesita la obra interior del Espíritu. Por medio de la fe, podemos recibir el poder que nos permite amar a los demás como Cristo nos ama a nosotros. Pidámosle al Señor que nos otorgue esta gracia a todos:
“Jesús, Señor y Salvador mío, te suplico que me concedas la gracia de amar a los demás con un corazón puro y generoso. Envía tu Santo Espíritu a mi corazón para aceptar tu maravillosa invitación a entrar en tu Reino.”
1 Reyes 19, 9. 11-16
Salmo 27(26), 7-9. 13-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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