Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
RESONAR DE LA PALABRA
Sin carne, no es el Corazón de Jesús
Hoy celebra la Iglesia el Corazón de Jesús, su humanidad latiendo al ritmo de Dios. Sin desajustes. Sin arritmias. Puro compás. Eso que a nosotros, también humanos, nos resulta a veces tan costoso (latir al ritmo de Dios y no de otras cosas), es lo que ya Jesús ha realizado en su carne, para que nadie pueda decir: “¡es imposible!”. Puedes decir: “no sé si puedo, no sé si quiero…”, pero no podrás decir que es imposible. La plenitud que Él fue gestando día a día (no mágicamente) es la que se ha arraigado en nuestro propio corazón como fuerte raíz o fiel cimento. ¡No es imposible amar como Él, crecer como Él, tener sus mismos sentimientos y su sensibilidad!
Es un corazón quebrado, traspasado. Algo que nunca hubiera ocurrido con un corazón de piedra. No queremos la plenitud de una roca de granito impasible. Seguimos a un corazón tan débil como fracasado. Traspasado.
Quizá por eso el Corazón de Jesús sigue seduciendo a tantos hombres y mujeres débiles y fracasados como nosotros. ¿Acaso tú no te has sentido vencido en algún momento? ¿acaso nunca hubieras querido ser más fuerte para que no te quebraran? Yo sí.
Pero no es menos cierto que en esos momentos, si Dios quiere y nosotros nos dejamos hacer, descubrimos que “la gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida”. Y se obra el milagro de encontrar las personas más fuertes y dignas del mundo en medio de una fragilidad y pequeñez física y psíquica que sólo te empuja a arrodillarte y adorar.
Eso sí: adorar desde el corazón y al corazón. Desde la carne y en ella, en la humanidad. Si no, el Corazón que adoras no será el Corazón de Jesús.
Nuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz
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