martes, 3 de julio de 2018

DESAFÍOS DESDE LA POBREZA

¿Cómo “predicar” acerca del valor de la pobreza en una sociedad llena de carencias materiales, donde el afán de tener no es menor que en las llamadas “sociedades de consumo? Las Bienaventuranzas, he leído, no constituyen un programa de vida en el sentido “moral”, sino el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, sobre todo en aquellas situaciones nacidas de la injusticia, el egoísmo, la soberbia, la violencia; situaciones que se dan en todos los contextos humanos, incluida la Iglesia. De ahí que “conversión” y “seguimiento de Cristo” tienen que ver con la revisión de nuestros patrones de conducta en la comunidad eclesial: reconocimiento de nuestra propia pobreza, solidaridad con los pobres, y promoción de cada persona en una comunidad fraterna, redentora, fundada en el perdón, donde el mayor de todos es el que sirve. Sólo así podremos entonces ofrecer una alternativa auténticamente evangélica a la sociedad de la que formamos parte, y no un sucedáneo “religioso” para calmar las conciencias y contribuir a las injusticias.
La Iglesia de Jesús es una iglesia de pobres, en el sentido más amplio de la palabra. Sin embargo a veces los “pobres” son utilizados, manipulados, de modo que justifiquen viejos patrones de conducta, marginación, subestimación, y otras lindezas, por quienes detentan algún poder, de manera que ese poder no disminuya. Cuando mantenemos a los cristianos con una formación teológica de perfil bajo, cuando estimulamos devociones superficiales y milagreras, cuando potenciamos la pasividad de los laicos, estamos trabajando, no por la “comunidad nueva de Jesús”, sino por una estructura de poder que es, sin lugar a dudas, ajena al Evangelio, y cómplice de todas las injusticias de este mundo.
 Thomas Merton





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