Marcos 6, 1
Después de hacer varios milagros, Jesús se fue a Nazaret. Muchos de los que lo habían oído enseñar el día sábado estaban sumamente asombrados, no lograban aceptarlo de corazón. No les parecía que fuese nadie extraordinario; no era más que un vecino, un carpintero sin preparación especial. Para ellos, el aceptar sus palabras y su poder milagroso significaba que tendrían que reconocer que Jesús, uno de los suyos, tenía algo que ellos no tenían. El orgullo era un obstáculo para su fe y no les permitía experimentar el poder de Dios.
En realidad, para aceptar la obra de Cristo tenemos que reconocer que somos débiles y necesitados. Esta fue una lección que San Pablo aprendió a golpes. Habiendo logrado un enorme éxito como apóstol y evangelizador, se sentía siempre acosado por lo que llamaba “una espina clavada en mi carne” (2 Corintios 12, 7) y cada vez que le pedía a Dios que se la quitara, el Señor le respondía: “Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad.” El apóstol entendió que, sin esta intervención de Dios para mantenerlo humilde, corría el riesgo de enorgullecerse y atribuirse el mérito de su apostolado.
Jesús vino a sanar a los enfermos, porque los sanos no tenían necesidad de médico (Marcos 2, 17). Los nazarenos no lograban entender que ellos también necesitaban el toque sanador de Cristo, por eso, en lugar de aceptar al Señor y creer en sus enseñanzas, “no tenían fe en él”. En cambio, los que acudían a Jesús con sencillez de corazón y con una verdadera necesidad, creyendo que él realmente podía curarlos, eran sanados. En realidad, todos debemos reconocer lo muy necesitados del Señor que somos, para sanarnos, transformarnos y llegar a ser instrumentos de su amor sanador en este mundo.
“Jesús, Redentor mío, edifica en mí un firme cimiento de fe, y concédeme un corazón dócil para que reciba tu Palabra y tu curación. Quita de mí, Señor, todo lo que me impida aceptar tu acción, de modo que yo pueda anunciar tu amor al mundo que tanto te necesita.”
Ezequiel 2, 2-5
Salmo 123(122), 1-42 Corintios 12, 7-10
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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