Mateo 10, 6
En el Evangelio de hoy vemos que Jesús, habiendo afirmado que la cosecha era abundante pero los obreros pocos, reunió a sus doce discípulos para enviarlos como misioneros. Este discurso sobre la misión de los Doce es, muy probablemente, una recopilación que hizo San Mateo de las diversas instrucciones que dio Jesús presentada en una sola llamada al discipulado, aplicable a los discípulos de todas las épocas.
El Señor comenzó sus instrucciones a sus apóstoles confiriéndoles la capacidad de expulsar espíritus malignos y curar enfermedades, aquel poder que es propio de la autoridad de Cristo como soberano Señor y Rey del universo. De esta manera, los discípulos tendrían un medio eficaz para demostrar que el mensaje de Cristo era auténtico y eficaz.
Lo más extraordinario es que Jesús ejercía su autoridad demostrando un amor perfecto, un amor que era capaz de salvar, no de condenar. A diferencia de los gobernantes de sus días, Jesús venía a servir, no a ser servido; a dar su vida para que los pecadores nos reconciliáramos con el Padre celestial. Esta actitud de humildad y amor era la fuente de la autoridad de Cristo, es decir, aquello que le confería el derecho de ejercer el poder tal como él lo hacía.
¿Qué significa esto para nosotros, los que ahora laboramos en la viña del Señor? Significa que, si diariamente decidimos seguir a Cristo y nos mantenemos en comunión con Jesús, veremos que él nos da autoridad para combatir el pecado y la enfermedad y rechazar al maligno, tanto para nuestro propio bien como el de los demás. Pero, para ejercer esta autoridad, es esencial actuar movidos por el amor, tal como lo hizo el Señor.
El Padre desea que invoquemos el poderoso Nombre de Jesús y le pidamos un corazón dispuesto a amar y servir, semejante al propio Corazón de Jesús. En la medida en que queramos que el Espíritu Santo nos una más a Cristo resucitado, conoceremos la autoridad del Señor, y podremos hacer las obras que él hizo.
“Padre celestial, enséñame a reconocer la diferencia entre la autoridad terrenal y la celestial; ayúdame a ser compasivo y misericordioso cuando trate de ayudar a los necesitados. Por tu Espíritu Santo, concédeme fortaleza para actuar con la misma compasión que Jesús tuvo conmigo al morir en la cruz y devolvernos tu amistad.”Oseas 10, 1-3. 7-8. 12
Salmo 105(104), 2-7
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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