Mateo 10, 7
Exactamente ¿qué es el “Reino” que Jesús envió a sus discípulos a anunciar? Muchos judíos venían esperando un reino terrenal, que desplazara al ejército romano que los mantenía sometidos; pero el Reino del que hablaba Jesús no estaba definido por un poderío militar ni político, sino por el amor y la misericordia con los pecadores arrepentidos, por la curación de los enfermos y los solitarios y por la libertad de los encadenados por Satanás.
El Señor dio a sus discípulos las siguientes instrucciones como señales de la venida del Reino de Dios: “Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios” (Mateo 10, 8). Pero ¿cómo iban a poder hacer todo eso? ¿No era Jesús el único que tenía tal autoridad? La respuesta está en algo que el Señor declara más adelante en el Evangelio: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos” (Mateo 18, 3). En efecto, el Reino de los cielos es para los que confían en su Padre celestial con la sencillez de un niño; es decir, el Reino es accesible para quienes tengan una fe bien definida y una confianza sencilla.
¿Cuáles son las señales de este nuevo Reino? Que muchos renuncien al pecado y comiencen a ser tolerantes y bondadosos con sus semejantes; que algunos experimenten cambios visibles, porque el sombrío semblante que causa la opresión del pecado se ilumina con el gozo radiante del perdón y la reconciliación. Las propias características de Jesús empiezan a verse claramente en sus seguidores, cuando éstos viven demostrando actitudes de amor, compasión, bondad y mansedumbre (Gálatas 5, 22-23).
El Reino de Dios no es menos real hoy que cuando Jesús envió por primera vez a sus discípulos a evangelizar, y Cristo sigue estando presente entre nosotros, para hacer realidad sus planes, tanto en sus fieles como a través de ellos. Por eso, si nos acercamos al Señor con la confianza de un niño, el Señor podrá usarnos para llevar el perdón a los pecadores, esperanza a los desanimados y salud a los enfermos. Pregúntate: ¿Acaso no vale la pena dedicar toda la vida a propagar un Reino como éste?
“Amado Jesús, te doy infinitas gracias porque me has permitido ser un hijo adoptivo del Padre celestial y porque has traído el Reino de los cielos al mundo de los humanos. Concédeme tu gracia, Señor, para experimentar el gozo de vivir en tu Reino.”Oseas 11, 1-4. 8-9
Salmo 80(79), 2-3. 15-16
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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