jueves, 5 de julio de 2018

Meditación: Mateo 9, 1-8

Los escribas vieron que Jesús realizaba milagros y perdonaba los pecados y sin duda se sintieron confundidos.

¿Acaso no era el hijo de un carpintero? ¿Quién le había dado autoridad para perdonar pecados? Eran incapaces de percibir la autoridad de Cristo porque pensaban que lo que veían era nada menos que blasfemia. ¡Sólo Dios puede perdonar los pecados!

La verdad es que Jesús es Dios Hijo y tiene plena autoridad sobre todas las cosas del cielo y de la tierra y vino a este mundo para salvar a la humanidad. Siendo él mismo el sacrificio perfecto que se ofreció voluntariamente a Dios para redimirnos del pecado, la autoridad suprema de Cristo procede de su muerte en la cruz y su resurrección. En todo su Evangelio, San Mateo revela la divinidad del Mesías: Jesús curó a leprosos y resucitó a muertos. Su poder sobre las fuerzas de la naturaleza quedó demostrado en forma inequívoca cuando calmó el mar embravecido y su autoridad espiritual se manifestó cuando expulsó a los demonios y perdonó los pecados.

Hoy día, Jesús sigue teniendo plena autoridad sobre el pecado, que es la causa del sufrimiento humano. Sólo nos pide que creamos en él. Su muerte en la cruz le asestó un golpe fatal al pecado, de manera que el mal ya no tiene por qué dominarnos: Jesús nos ha dado el poder y la autoridad que necesitamos para librarnos de las ataduras del pecado, la inseguridad, la ira y la depresión. El poder liberado por la muerte de Cristo nos permite experimentar esta fuerza en la vida diaria.

Por eso, cuando uno invita a Cristo a vivir en su corazón, empieza a compartir su propia naturaleza. Cada creyente bautizado puede ser instrumento de la gracia, la curación y el poder de Cristo sobre el pecado. Naturalmente, no se trata de que vayamos a ser obradores de milagros, pero conforme Jesús vaya haciendo su morada en lo más profundo de nuestro ser, vamos adquiriendo su carácter y llegamos a ser vehículos de su gracia. Así, ya no seremos nosotros los que vivimos, sino que Cristo será el que viva en nosotros (Gálatas 2, 20). Descansemos, pues, en las promesas del Señor para que podamos manifestar su poder y su autoridad en la vida cotidiana.
“Señor Jesús, queremos conocerte más y acercarnos más a ti. Gracias por entregar tu vida para que un día vivamos en el cielo contigo y con tu Padre celestial. Te glorificamos, Señor, porque sólo tú puedes librarnos del pecado.”
Amós 7, 10-17
Salmo 19(18), 8-11
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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