martes, 10 de julio de 2018

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 9,32-38.

Evangelio según San Mateo 9,32-38. 
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: "Jamás se vio nada igual en Israel". Pero los fariseos decían: "El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios". Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha." 


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos:

Si no recuerdo mal, hay una película titulada “El secreto de la pirámide”. Y una marca de pizzas nos decía hace un tiempo que el “secreto” estaba en la masa. También, si no me equivoco, hay una cadena de tiendas de ropa llamada “El secreto de las mujeres” (en inglés). Es como si, más allá de lo que se ve, hubiera algo más o menos oculto que explicara el valor de las cosas y de las personas que, al conocerlo, éstas se nos hacen comprensibles.

Pues bien, me parece que Mateo, en su evangelio de hoy, nos revela uno de los “secretos” de Jesús: la compasión. “Al ver a las gentes, se compadecía de ellas”. Seguro que tiene más, porque la figura de Jesús es inmensa. Pero cada vez tengo más claro que la compasión es uno de sus secretos.

Ello explica, entre otras cosas, que aquella mujer excluida entrase en la casa de Simón el fariseo a besar y ungir los pies de Jesús. Porque sabía que no iba a ser rechazada. Intuición femenina o lo que fuera, pero captó lo que el fariseo ni olía: la compasión de Jesús.

Una compasión que no mira desde arriba diciendo “pobrecitos”, sino que es capaz de padecer-con, sentir-con, para, desde ahí, actuar. Una compasión que tiene que ver con dejar acercarse, prestar atención, sentarse a la misma mesa, llamar por el nombre, percibir la necesidad, arrimar el hombro, estar ahí... Una compasión tan humana... tan divina.

Si, en una nueva versión de una especie de “El Señor de los Anillos”, la puerta del nuevo mundo que anhelamos estuviera guardada por siete candados, uno de ellos (o dos, o cuatro...) los abriría la llave de la compasión. Porque, como en tiempos de Jesús, sobran juicios duros, “buenas razones”, egoísmos... (¡también entre los que nos decimos creyentes!) y falta compasión. Sólo quien se sabe “barro” y se aprecia como tal (Génesis 2,7) puede respetar, querer y ayudar a moldear, sin violencias, el “barro” de los demás.

El “secreto” de Jesús puede ser también el secreto de sus amigos/as. Te invito a mirarle a fondo, a descubrir la compasión rezumando en sus palabras y gestos... y a practicar, haciendo tú lo mismo. Para que apunte ese otro mundo que es posible. Mucho ánimo.

CR
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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