Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: "¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?" A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: "Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara". El les dijo: "Vayan". Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.
Querido amigo/a:
La escena del evangelio de hoy es un buen pasaje para contemplar, para meterse en la historia, para mirar a la cara a sus personajes, más allá del ropaje cultural en el que nos viene presentada.
Por un lado, están dos personas “endemoniadas”. ¿Qué les pasaba? El evangelista nos da pocos datos, pero suficientes: vivían en el cementerio, muertos en vida, apartados de la civilización; estaban furiosos, agresivos, fuera de sí... ¿quién no lo estaría si las circunstancias de la vida lo hubieran confinado al cementerio? Y provocaban temor, de forma que nadie se atrevía a ir por donde ellos iban.
Ante ellos aparece Jesús. Él mismo ha decidido acercarse. Ha querido ir “a la otra orilla”, a esa tierra concreta. Y los que llamaban “endemoniados”, quién sabe si por la novedad o por la esperanza, “salieron a su encuentro”. Y ante Jesús, hacen lo único que parece sabían ya hacer: gritar. Y Jesús no se aparta, no echa a correr asustado como los demás, sino que permanece, de pie, ante ellos. Quizá por eso los dos hombres pronuncian una segunda frase que suena a petición de ayuda, vislumbrando una posible salida de su situación. Y Jesús entra en diálogo con ellos. Y en esa acogida incondicional, son liberados del mal que les acechaba. La salvación, de la mano de la liberación, ha llegado a su vida.
Frente a Jesús, los del pueblo no se enteran de nada. No les ha gustado el cambio de la situación. Estaban acostumbrados a apartar a aquellos hombres. Vivían más tranquilos. Ahora parecen preocuparse más de las molestias que les ocasiona el cambio que de la salud de sus paisanos. Todo lo contrario de Jesús.
Ante este pasaje podemos meternos en la piel de los hombres llamados “endemoniados”: ¿cuáles son mis “demonios” –los que me hacen ir por la vida sin vida, con ira, asustando a los demás-?. Podemos meternos en la piel de los del pueblo: ¿cómo reacciono ante los “demonios” de otros y ante sus posibles cambios?. O podemos ponernos en el lugar de Jesús, para aprender de su acogida incondicional que hace posible la salud integral y la vida.
Que disfrutes de esta bonita historia.
CR
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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