«Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo»
No hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos en ella. Porque «el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles», mas para nosotros que estamos salvados es fuerza de Dios (1C 1,18-24). Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre. En tiempo de Moisés, el cordero pascual echó bien lejos al exterminador (Ex 12,23); y el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) ¿no nos iba a librar mucho mejor de nuestros pecados?...
Él no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: «Soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar (Jn 10,18)... Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres. No tuvo vergüenza de la cruz, porque daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio a su obediencia...
Que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza, de lo contrario serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias espirituales que te otorga la munificencia de tu rey; cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey. Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti... No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero. Lo que haces es devolverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota.
San Cirilo de Jerusalén (313-350)
obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis bautismal nº 13, 3.6.23
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