«Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,26)
Una mujer cananea se acerca a Jesús suplicándole a grandes gritos que curase a su hija, poseída de un demonio. Esta mujer, una extranjera, una bárbara, sin relación alguna con el pueblo judío ¿no era como una perra, indigna de alcanzar lo que ella pedía? «No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos» (Mt 15,26). Sin embargo, la perseverancia de la mujer le ha valido ser escuchada. Aquella, que no era sino una perrilla, Jesús la levanta a la nobleza de los hijos de la casa. Más aún, la colma de alabanzas. Le dice al despedirla: «¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides» (Mt 15,28).
Cuando se oye a Cristo decir: «Tu fe es grande» no hace falta buscar otras pruebas para ver la grandeza de alma de esta mujer. Ha salido de su indignidad por la perseverancia en la petición. Observa también que alcanzamos del Señor más por nuestra propia oración que por la de los otros.
Juan Crisóstomo
Homilía: Perseverando en la oración llegó a ser hija
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