“Tomó los siete panes, pronunció la Acción de Gracias y los partió”
Jesús partió el pan. Si no hubiera partido el pan ¿cómo hubieran llegado hasta nosotros las migajas? Pero él lo partió y repartió; “lo repartió y dio a los pobres” (Sl 111,9 Vlg). Lo ha roto por gracia, para romper la cólera del Padre y la suya. Dios lo había dicho: nos hubiera exterminado si su Único “su elegido, no se hubiera puesto en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio” (Sl 105, 23). Se puso delante de Dios y lo apaciguó; por su fuerza indefectible, se mantuvo de pié, no roto.
Pero él mismo, voluntariamente, ha roto, ha ofrecido su carne hecha pedazos por el sufrimiento. Es ahí que “quebró el escudo” (Sl 75,4) “rompió la cabeza del dragón” (Sl 73,14), a todos nuestros enemigos, en su cólera. Allí rompió, en cierta manera, las tablas de la primera alianza a fin de que no estemos ya más bajo la Ley. Allí quebró el yugo de nuestra cautividad. Quebró todo lo que nos quebraba a nosotros para reparar todo lo que en nosotros estaba roto y para “dejar libres a los oprimidos” (Is 58,6). En efecto, estábamos “cautivos de hierros y miserias” (Sl 106,10).
Buen Jesús, todavía hoy, aunque tú hayas quebrado la cólera, partido el pan para nosotros, pobres mendigos, todavía tenemos hambre... Parte este pan cada día para los que tienen hambre. Porque hoy y todos los días podamos recoger algunas migajas, y cada día tengamos de nuevo necesidad de nuestro pan cotidiano. “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy” (Lc 11,3). Si tú no nos lo das ¿quién nos lo dará? En nuestra pobreza y necesidad, no tenemos a nadie que nos parta el pan, nadie para alimentarnos, nadie para rehacer nuestras fuerzas, nadie si no eres tú, oh Dios nuestro. En toda consolación que nos envías, recogemos las migajas de este pan que nos partes y saboreamos “cuán dulce es tu misericordia” (Sl 108, 21 Vlg).
Balduino de Ford (¿-c. 1190)
abad cisterciense, después obispo
El sacramento del altar, II, 1
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