¿Por qué esta gente busca una señal? (Marcos 8, 12)
Sabemos que Jesús es Dios y por eso tendemos a pasar por alto el hecho de que, como hombre, experimentó todas las reacciones y emociones humanas igual que nosotros. Quizás nos sorprenda la frustración del Señor cuando leemos en el Evangelio de hoy que: “Jesús suspiró profundamente”, pero él podía leer los corazones y sabía que los fariseos le pedían una señal, no porque buscaran la verdad, sino porque querían “tenderle una trampa”.
En el Antiguo Testamento, Dios revelaba su amor y hacía crecer la fe de su pueblo recordándoles los prodigios del pasado, como las plagas de Egipto y la salida del Éxodo, y les alentaba dándoles anuncios de señales milagrosas futuras. Gran parte del pueblo y sus jefes esperaban que la época mesiánica llegara con prodigios y maravillas, como sucedió en la época del Éxodo, expectativas que en general se referían a grandes triunfos en las guerras contra los paganos. Esta era la idea que prevalecía acerca del Mesías en la época de Cristo.
Posiblemente, Jesús no cumplía esas expectativas desde un punto de vista humano, pero lo hizo perfectamente en el plano espiritual. En efecto, él inauguró la salvación con los milagros que hizo y con la gran señal de ser él mismo levantado en la cruz. A diferencia de lo que hicieron los israelitas en el desierto, Jesús se negó a tentar a Dios pidiendo otras señales para ponerlo a prueba.
¿Tenemos nosotros la costumbre de pedirle señales a Dios antes de creer en su amor y su protección? ¿Reconocemos que la muerte y la resurrección de Cristo son las evidencias supremas que necesitamos para nuestra salvación? ¿Aceptamos realmente sus palabras de que “su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes que se lo pidan”?
En realidad, el Señor nos ha dado señales más que suficientes, no solo de su amor sino de su deseo de llevarnos a la salvación y a la santificación. Lo que ahora falta es que nosotros respondamos con fe y obediencia, con humildad y confianza. Así descubriremos en nuestra vida la realidad de la vida eterna que comienza ahora mismo.
“Padre eterno, quiero abandonarme totalmente en tus manos amorosas.”
Santiago 1, 1-11
Salmo 119 (118), 67-68. 71-72. 75-76
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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