Cuantos lo tocaban, quedaban curados. (Marcos 6, 56)
La curación física fue una parte esencial del ministerio de Jesús cuando estuvo en la tierra. Pero es posible entender este pasaje de dos maneras; por ejemplo, que realizó los milagros de curación solo cuando estuvo en este mundo, o bien que siempre sana a cualquier persona que se lo pida, como hizo en la época del Nuevo Testamento.
Ambas suposiciones son extremas. Los dos mil años de historia de la Iglesia, combinados con lo que sucede en la actualidad, nos dicen que aún siguen sucediendo muchos milagros de sanación en todo el mundo. Pero la misma combinación de historia y noticias actuales nos dicen que no todos los que piden ser curados lo son. Este es uno de los misterios que simplemente no podemos explicar. No sabemos por qué algunos sanan y otros no. Sin embargo, sabemos que el amor de Dios es mucho más grande de lo que podremos imaginar, y que él siempre guarda lo mejor para nosotros.
Por eso, nunca es un error pedirle sanación a Dios. De hecho, debemos tener la libertad de pedirla, con el atrevimiento y la confianza con que un niño le pide ayuda a su padre.
Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar les dijo “sanen a los enfermos”, pues quería que ellos entendieran que la curación divina era algo que ellos podían esperar, aun cuando él no estuviera físicamente presente (Mateo 10, 8). Tal vez lo que nosotros hayamos experimentado sea lo contrario, pero hay que tener cuidado de no limitar a Dios.
Si estás rezando por tu salud o la de un ser querido, ten valor. Aun cuando nada parezca cambiar, estás haciendo mucho más de lo que piensas, pues estás poniendo tus necesidades en las manos de Dios Todopoderoso y él, que es todo amor, escucha tu plegaria y hará lo que sea mejor en esa situación. Acepta la curación por cualquier medio que suceda, por ejemplo, por medio de las manos de un médico o a través de tu intercesión, o ambas cosas. O bien podría ser una sanación emocional o espiritual, en la que encuentres una paz nueva en medio del sufrimiento.
“Señor mío Jesucristo, tú puedes hacer lo que parece imposible, por eso te pido la sanación que necesito para mí o mi ser querido.”1 Reyes 8, 1-7. 9-13
Salmo 132 (131), 6-10
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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