“¿Eres tú el que ha de venir?” (Mt 11,3)
El Señor, sabiendo que nadie puede alcanzar la fe en plenitud sin el evangelio, -porque, aunque la Biblia comienza con el Antiguo Testamento, alcanza su plenitud en el Nuevo Testamento- , aclara las cuestiones que se le ponen sobre él mismo más que por palabras, por sus actos. “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,4). Este testimonio está completo porque de él fue profetizado: “El Señor libera a los cautivos, da luz a los ciegos, endereza a los que ya se doblan...El Señor reina por siempre” (cf Sal 145,7).
No obstante, estos no son más que remotos ejemplos del testimonio que Cristo nos trae. El fundamento de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Es así porque, después de la respuesta que hemos citado, él dice más adelante: “...y dichoso el que no halle escándalo en mí” (Mt 11,6). En efecto, la cruz podía provocar la caída de los elegidos mismos, pero no hay testimonio más grande de una persona divina, nada que sobrepase más las fuerzas humanas que esta ofrenda de uno solo por el mundo entero. Es aquí donde el Señor se revela plenamente. Además, así lo testifica Juan: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio de Lucas,5 ; SC 45
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