Es la oración y no el deseo sexual, lo que concibió a Juan Bautista. A Isabel le había pasado la edad de dar vida, su cuerpo había perdido la esperanza de concebir; A pesar de estas condiciones de desesperación, la oración de Zacarías permitió a este cuerpo envejecido, engendrar: la gracia y no la naturaleza ha concebido a Juan. No podía ser más que santo, este hijo cuyo nacimiento proviene menos del abrazo, que de la oración.
Sin embargo, no debemos asombrarnos de que Juan hubiera merecido un nacimiento tan glorioso. El nacimiento del precursor de Cristo, del que le abre el camino, debía presentar una semejanza con la del Señor, nuestro Salvador. Si el Señor nació de una virgen, Juan ha sido concebido por una mujer anciana y estéril... No admiremos menos a Isabel, que concibió en su vejez, al igual que María, dio a luz virginalmente.
Existe ahí, pienso, un símbolo: Juan representaba el Antiguo Testamento, nació de la sangre de una mujer anciana, mientras que el Señor, que anuncia la Buena Noticia del Reino de los cielos, es el fruto de una juventud plena de savia. María, consciente de su virginidad, admira al niño concebido en sus entrañas. Isabel, consciente de su vejez, se ruboriza del vientre pesado por su embarazo; el evangelista dijo, en efecto: "estuvo escondida durante cinco meses". Debemos admirar también, que el mismo arcángel Gabriel anunció ambos nacimientos: le aporta un consuelo a Zacarías, que permanece incrédulo; viene para animar a María, a la que encuentra confiada (Lc 1, 26s). El primero, por haber dudado, perdió su voz; el segundo, por haber creído enseguida, concibió al Verbo Salvador.
San Máximo de Turín (¿-c. 420)
obispo
CC Sermon 5 ; PL 57, 863
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