He aquí nuestro Rey
El buen Jesús, fuente de toda misericordia, para testimoniarnos la ternura de su extrema bondad, no lloró sólo una vez sobre nuestra miseria sino muchas veces. La primera vez sobre Lázaro, luego sobre la Ciudad y, desde la cruz, sus ojos misericordiosos vertieron torrentes de lágrimas por la expiación de todos los pecados. (…) Oh corazón duro, (…) mira tu médico en lágrimas y “llora como por un hijo único” (Jr 6,26). (…)
Después de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-43), después que el frasco de perfume fue versado sobre la cabeza de Jesús (Jn 12,1-8), el ruido del renombre de Jesús se propagó en el pueblo. Previendo que la multitud iría delante de él, Jesús montó sobre un asno, dando un admirable ejemplo de humildad en medio de los aplausos del pueblo (Jn 12,12-15). Pero mientras la multitud cortaba ramos, extendía sus vestimentas a lo largo del camino y entonaba un cántico de alabanza, él no olvidaba sus miserias y entonaba su lamentación por la destrucción de la ciudad (cf. Lc 19,41-44).
Levántate entonces, servidora del Salvador, para contemplar como una hija de Jerusalén a “tu rey Salomón” (Ct 3,11), con los honores que con veneración le ofrece su Madre la Sinagoga, en este misterio de la Iglesia naciente. Acompaña fielmente al Maestro del cielo y de la tierra sentado sobre la cría de un asno. Acompáñalo con las ramas de olivo y palmas de tus obras de piedad y triunfos de tus virtudes.
San Buenaventura (1221-1274)
franciscano, doctor de la Iglesia
El Árbol de vida (Œuvres spirituelles, III, Sté S. François d'Assise, 1932), trad. sc©evangelizo.org
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