"Ya no miramos al mundo con resquemor. Ya no vemos enemigos por todas partes. Ya no pensamos que el mundo es malo y sólo produce maldades. Ya no nos creemos los mejores ni los únicos ni los elegidos. Ya caminamos, por fin, al lado de la gente, compartiendo sus penas y sus alegrías, sus gozos y sus sombras. Ya volvemos a ser expertos en humanidad, como nos pedía Pablo VI y el Concilio Vaticano II.
Ocho años de pontificado en los que Francisco puso en marcha una revolución imparable, una primavera espléndida, que nadie puede detener, aunque algunos (ingenuos) lo intenten desesperada y ridículamente, porque nadie puede parar la primavera en primavera. Sobre todo, si florece en alas del Espíritu.
Una primavera aterrizada en lo concreto. Por ejemplo, los obispos ya no va a Roma con miedo, a examinarse, sino a compartir. Y los teólogos ya no tienen miedo a que los acusadores y chivatos manden a Roma sus panfletos anónimos y, de Roma, vuelvan anatemas y condenas.
Más aún, los obispos han podido bajarse de su pedestal (no todos, claro) y tratar a sus curas como hermanos y a sus fieles como hijos. Y los curas, a pié de obra, han podido dedicarse a ser buenos samaritanos, sin temor a que los acusen de comunistas o de temporalistas.
Una Iglesia, la de Francisco, que ya no tiene miedo a ser transparente y a reconocer sus errores y sus pecados e, incluso, a pagar por ellos. Herida en los más hondo por la plaga de los abusos, ha pasado del encubrimiento a la tolerancia cero y al cuidado, acompañamiento y resarcimiento de las víctimas. Y a pedir perdón públicamente, avergonzada por sus muchas manzanas podridas y sus altos clérigos embarcados en el sistema de la negación y del encubrimiento puro y duro.
Ha cambiado el clima eclesial y la gente cristiana, antes huraña y amargada, ahora sonríe, canta y ama. Y sale de las sacristías y va a la calle a compartir la vida con los demás, bailar sus alegrías y sanar sus heridas. Se está haciendo realidad lo de la Iglesia hospital de campaña y lo de la Iglesia en salida, lo que algunos consideraban simples consignas y meros titulares. Esos mismos que se pasaron años asegurando que la primavera de Francisco iba a ser una tormenta de veranos, tras la cual todo volvería a ser como antes.
Nadie es más que nadie en la Iglesia, proclama Francisco y fustiga, un día sí y otro también, a la casta clerical de funcionarios de lo sagrado, que confunden servicio con poder y utilizan a la institución para su propio medro personal.
Francisco está aprobando con nota el examen de su pontificado. Ocho años que se han pasado como un soplo de aire fresco en un pontificado al que todavía le queda mucha cuerda. Esto no ha acabado. Primero, porque el Papa se sigue moviendo al mismo ritmo de los inicios, como acaba de demostrar en su histórico y arriesgado viaje a Irak. Y, además, porque es consciente de que le queda tarea.
Bergoglio siempre repite que “el tiempo es superior al espacio” y que, por lo tanto, es más importante iniciar procesos de cambio que ocupar parcelas o espacios de poder. Y los procesos exigen paciencia, para dejar que las semillas crezcan y la nieve de las cumbres baje al valle, para hacerlo florecer.
Y eso lleva su tiempo y su ritmo. La reforma de Francisco se estructura en tres etapas bien marcadas. La primera fue el cambio de cultura teológico-pastoral. Es decir, pasar de la pirámide al círculo o al poliedro de la Iglesia pueblo de Dios. De la Iglesia monárquica a la Iglesia comunión del Concilio.
"La verdad es que, en estos ocho años, su luz penetró por todas las rendijas de una institución encerrada en sí misma, víctima del síndrome de la roca asediada, y le dio la vuelta como un calcetín"
"Ha cambiado el clima y el ambiente general eclesial y eclesiástico. Vivimos en positivo y en colores. Hemos dejado atrás el blanco y negro, los anatemas y las condenas"
"Una Iglesia, la de Francisco, que ya no tiene miedo a ser transparente y a reconocer sus errores y sus pecados e, incluso, a pagar por ellos"
"Se está haciendo realidad lo de la Iglesia hospital de campaña y lo de la Iglesia en salida, lo que algunos consideraban simples consignas y meros titulares"
"Francisco está dando pasos decididos para poner coto al clericalismo. Pero no tanto, para acabar con el machismo y la marginación de la mujer en la Iglesia"
"Un Papa-profeta dispuesto a echar el resto, para conducir la barca de la Iglesia por las aguas de la sinodalidad hacia el mar del Evangelio sine glosa"
13.03.2021 José Manuel Vidal
“El Papa es un ser de luz”, me dice un cardenal, abriendo grandes las manos y los ojos, como si quisiese hacer más clara la evidencia. Lo corrobora Juan Vicente Boo, el corresponsal de ABC en el Vaticano desde hace 22 años: “Él se enfadaría con quien escribiese eso. He observado una paradoja. Francisco ayuda a mejorar a los buenos, y ayuda a humanizarse a los indiferentes. En cambio, empeora a los malos, pues se revuelven contra él y se vuelven más tóxicos”.
Pero se enfade o no, su luz ilumina a la Iglesia y al mundo. Porque la verdad es que, en estos ocho años, su luz penetró por todas las rendijas de una institución encerrada en sí misma, víctima del síndrome de la roca asediada, y le dio la vuelta como un calcetín. Ha cambiado el clima y el ambiente general eclesial y eclesiástico. Vivimos en positivo y en colores. Hemos dejado atrás el blanco y negro, los anatemas y las condenas.
Papa de luz
Ya no miramos al mundo con resquemor. Ya no vemos enemigos por todas partes. Ya no pensamos que el mundo es malo y sólo produce maldades. Ya no nos creemos los mejores ni los únicos ni los elegidos. Ya caminamos, por fin, al lado de la gente, compartiendo sus penas y sus alegrías, sus gozos y sus sombras. Ya volvemos a ser expertos en humanidad, como nos pedía Pablo VI y el Concilio Vaticano II.
Ocho años de pontificado en los que Francisco puso en marcha una revolución imparable, una primavera espléndida, que nadie puede detener, aunque algunos (ingenuos) lo intenten desesperada y ridículamente, porque nadie puede parar la primavera en primavera. Sobre todo, si florece en alas del Espíritu.
Una primavera aterrizada en lo concreto. Por ejemplo, los obispos ya no va a Roma con miedo, a examinarse, sino a compartir. Y los teólogos ya no tienen miedo a que los acusadores y chivatos manden a Roma sus panfletos anónimos y, de Roma, vuelvan anatemas y condenas.
Más aún, los obispos han podido bajarse de su pedestal (no todos, claro) y tratar a sus curas como hermanos y a sus fieles como hijos. Y los curas, a pié de obra, han podido dedicarse a ser buenos samaritanos, sin temor a que los acusen de comunistas o de temporalistas.
Iglesia, casa de los pobres
Iglesia, casa de los pobres
Una Iglesia, la de Francisco, que ya no tiene miedo a ser transparente y a reconocer sus errores y sus pecados e, incluso, a pagar por ellos. Herida en los más hondo por la plaga de los abusos, ha pasado del encubrimiento a la tolerancia cero y al cuidado, acompañamiento y resarcimiento de las víctimas. Y a pedir perdón públicamente, avergonzada por sus muchas manzanas podridas y sus altos clérigos embarcados en el sistema de la negación y del encubrimiento puro y duro.
Ha cambiado el clima eclesial y la gente cristiana, antes huraña y amargada, ahora sonríe, canta y ama. Y sale de las sacristías y va a la calle a compartir la vida con los demás, bailar sus alegrías y sanar sus heridas. Se está haciendo realidad lo de la Iglesia hospital de campaña y lo de la Iglesia en salida, lo que algunos consideraban simples consignas y meros titulares. Esos mismos que se pasaron años asegurando que la primavera de Francisco iba a ser una tormenta de veranos, tras la cual todo volvería a ser como antes.
Los que así pensaban y siguen pensando son los adalides del clericalismo y del patriarcalismo, las dos patologías eclesiales, que denuncia el prestigioso teólogo dominico Jesús Espeja. El primero excluye a los laicos y el segundo a las mujeres. En definitiva, excluyen a la mayoría absolutísima de los creyentes.
El 8-M, la mujer y la Iglesia
El 8-M, la mujer y la Iglesia
Nadie es más que nadie en la Iglesia, proclama Francisco y fustiga, un día sí y otro también, a la casta clerical de funcionarios de lo sagrado, que confunden servicio con poder y utilizan a la institución para su propio medro personal.
Pero si el clericalismo está poniendo palos en la rueda de las reformas de Francisco, el patriarcalismo es una herida abierta que supura constantemente en la Iglesia. La discriminación de la mujer en la Iglesia sigue siendo manifiesta y evidente. Un poco menos en su discurso, pero casi igual en su organización.
“La minusvaloración de la mujer en la Iglesia es innegable, dado que no tiene acceso ninguno a las instancias de servicio, hoy en manos de los ministerios ordenados, que sólo pueden ejercer los varones. Minusvaloración más escandalosa cuando en la sociedad civil se declara la igualdad de derechos fundamentales para el hombre y para la mujer, y algunas de ellas ocupan puestos de relevancia en organismos nacionales e internacionales”, explica el padre Espeja.
Francisco está dando pasos decididos para poner coto al clericalismo. Pero no tanto, para acabar con el machismo y la marginación de la mujer en la Iglesia. Y, aunque ha dado algunos, como el reciente nombramiento de la primera mujer que va a tener derecho a voz y voto en el Sínodo, la de la mujer sigue siendo una asignatura pendiente en la Iglesia.
Mujeres cristianas reclaman igualdad en la Iglesia
Mujeres cristianas reclaman igualdad en la Iglesia Èlia Llisterri
Por eso, la 'Revuelta de las mujeres en la Iglesia' exige “recuperar la memoria transgresora de Jesús en el Evangelio y recordar al papa Francisco la necesidad apremiante de cambios estructurales urgentes en la iglesia, desde la perspectiva de las mujeres y hasta que la igualdad se haga costumbre”, como dice la teóloga Pepa Torres.
A pesar de algún que otro suspenso, Francisco está aprobando con nota el examen de su pontificado. Ocho años que se han pasado como un soplo de aire fresco en un pontificado al que todavía le queda mucha cuerda. Esto no ha acabado. Primero, porque el Papa se sigue moviendo al mismo ritmo de los inicios, como acaba de demostrar en su histórico y arriesgado viaje a Irak. Y, además, porque es consciente de que le queda tarea.
Bergoglio siempre repite que “el tiempo es superior al espacio” y que, por lo tanto, es más importante iniciar procesos de cambio que ocupar parcelas o espacios de poder. Y los procesos exigen paciencia, para dejar que las semillas crezcan y la nieve de las cumbres baje al valle, para hacerlo florecer.
Y eso lleva su tiempo y su ritmo. La reforma de Francisco se estructura en tres etapas bien marcadas. La primera fue el cambio de cultura teológico-pastoral. Es decir, pasar de la pirámide al círculo o al poliedro de la Iglesia pueblo de Dios. De la Iglesia monárquica a la Iglesia comunión del Concilio.
La segunda etapa de las reformas se centró en el cambio de estructuras. Una etapa que está a punto de concluir con la esperada reforma de la Curia romana. Una reforma en profundidad, que dará paso a la tercera etapa, la del cambio de personas y de los altos dirigentes de los dicasterios romanos. Un proceso, que ya ha comenzado y que va a continuar imparable.
Por ejemplo, con la promulgación de 'Predicad el Evangelio', para trabajar en la Curia habrá que tener una experiencia de cuatro años en la pastoral directa y, además, los mandatos de los curiales se limitarán a dos de cinco años cada uno. Se acabó el eternizarse en Roma, a la sombra de la cúpula de San Pedro.
El proceso reformador sigue, pues, en marcha y seguro, además, que se acelerá y se revigoriza después de la pandemia. Porque, como dice Austen Ivereigh, coautor del libro del Papa, titulado 'Soñemos juntos', “la postpandemia no es, como algunos sostienen, el final del pontificado, sino el comienzo de una nueva era, un nuevo umbral”. Y el periodista inglés describe a Francisco como “un nuevo Moisés”, que conducirá al pueblo a la tierra prometida de la misericordia evangélica.
Con una concreción fundamental en esta segunda parte de su pontificado: la instauración de la sinodalidad afectiva y efectiva de una Iglesia, asamblea santa, que discierne la voluntad de Dios a través del pueblo. Una recuperación radical, que va a cambiar a fondo la Iglesia del futuro, y que se pondrá en marcha en el próximo Sínodo centrado, precisamente, sobre la sinodalidad.
Un Papa-profeta dispuesto a echar el resto, para conducir la barca de la Iglesia por las aguas de la sinodalidad hacia el mar del Evangelio sine glosa, a veces en calma y a veces atormentado. Un timonel seguro, al menos mientras viva su antecesor, el Papa Benedicto, y, después de su muerte, dispuesto a renunciar para retirarse de verdad a rezar. Sin sotana blanca y con sus zapatones de siempre. Hasta que Dios lo llame a su encuentro.
Fragmentos de nota publicada de José Manuel Vidal en el portal "religión digital".
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