jueves, 1 de junio de 2017

Evangelio según San Juan 17,20-26. 
Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo: "Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos". 


RESONAR DE LA PALABRA

Fernando Torres cmf
Se podría decir que estas palabras de Jesús en el huerto, poco antes del arresto final, son para el Evangelio de Juan algo así como el testamento de Jesús, la expresión de sus últimas voluntades. En el texto de hoy hay un deseo muy especial de Jesús: que sus discípulos sean uno como el Padre y el él son uno. Jesús habla de la unidad. Pero no es una unidad cualquier la que se tiene que vivir en la comunidad de sus discípulos, en la Iglesia. Tiene que ser una unidad como la que él vive con el Padre, con su Abbá.
En nuestro mundo se habla mucho de unidad y pocas veces se consigue. Es que también hay formas diversas de conseguir la unidad. En el ejército, por ejemplo, todos funcionan bien unidos, hay una gran disciplina. Se consigue a base de autoridad clara, de una línea de mando que todos saben que tienen que obedecer. Sin rechistar. Para el que dice algo hay prevista una sanción severa. No creo que esa sea la unidad que nos pide Jesús a los que le seguimos.
Porque unidad no es uniformidad. No significa que todos tengamos que pensar igual, que vestir igual, que hacer y decir las mismas cosas. Eso podría ser un pelotón de autómatas pero nunca la comunidad de Jesús.
La comunidad de Jesús tiene que vivir la unidad al estilo de la relación que hay entre el Padre y el Hijo. Lo primero que hay que decir es que esa unidad no se basa en la disciplina ni en el temor a la sanción. Es una unidad que florece como consecuencia del amor mutuo, de la donación total del uno al otro. Lo segundo es que una unidad que florece en la tierra de la libertad. Hay que recordar aquello que decía Pablo: “Para ser libres nos liberó el Señor”.
Por tanto, tenemos que construir nuestra unidad en el amor y en la libertad. Y no hay más instrumento que el diálogo, la escucha, la empatía, el trato personal. La unidad no se construye desde ya a golpe de orden y autoridad. Se va haciendo poco a poco. Es proyecto más que realidad. Es tarea de todos a partir siempre del respeto al otro. Es don ciertamente pero también es compromiso y esfuerzo de todos.
Jesús oró para que esa unidad se realizase en su Iglesia. Ahora es tarea nuestra hacerla realidad. Para que en esta casa del reino nadie quede fuera, excluido, y todos nos sintamos miembros de la única familia de Dios.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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