jueves, 1 de junio de 2017

Meditación: Juan 17, 20-26


San Justino, mártir

El eterno designio de Dios quedó revelado claramente en la plegaria que Jesús dirigió a su Padre celestial durante la Última Cena. Cristo, el Hijo del Padre, que tuvo su propia gloria divina desde antes del amanecer de los tiempos, vino al mundo como encarnación viva del amor de Dios a la humanidad. Cuando Jesús derramó su sangre por nosotros en la cruz, nos abrió la puerta de acceso al Padre, y pocos días después el Espíritu Santo nos llenaba del amor de la divinidad. Ahora que esperamos la segunda venida de Cristo, somos fortalecidos por el Espíritu Santo y llamados a compartir en la amistad divina con Dios y el prójimo.

Jesús rogó para que los creyentes tuviéramos la misma unidad que él tiene con el Padre, una unidad que podemos imitar. Para ello, debemos acudir humildemente a Jesús, en oración, y pedirle una revelación de ese amor, que nuestra mente natural es incapaz de comprender: “Les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre” (Juan 15, 15). El amor que une al Padre con el Hijo es la persona del Espíritu Santo, que viene a ser para nosotros la fuente y experiencia del amor divino, cuando nos sometemos a su poder transformador.

Al disponernos a celebrar Pentecostés, la gracia se derrama sobre nosotros para que creamos firmemente que el Espíritu Santo tiene poder para hacernos ver y experimentar la realidad de Jesús. Así podemos participar en una unión viva con el Señor y con nuestro Padre celestial.

El hecho de encontrarnos con Cristo en los sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía, y dedicar tiempo a la oración y a leer la Escritura, robustece y transforma nuestro ser interior, al punto de que podemos asemejarnos a Jesús, imitando sus actitudes de humildad y obediencia; así también desearemos la unidad que el Señor pidió en su oración sacerdotal, porque él quiso que sus discípulos manifestaran ante el mundo, mediante su unidad, el amor que él experimentaba con el Padre.

Y ¿cómo podemos demostrar este amor? Haciendo la voluntad de Dios, que conocemos a través de la Iglesia, y amando a Dios y al prójimo, ayudando al necesitado y perdonando las ofensas.
“Amado Jesús, ilumíname para unirme más a ti a través de la oración y los sacramentos, para vivir siempre en tu gracia y tu presencia. Dame fuerzas, Señor, para mantenerme siempre fiel.”
Hechos 22, 30; 23, 6-11
Salmo 16(15), 1-2. 5. 7-11

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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