Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad". Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Prado, cmf.
Saludos amigos,
Jesús es un gran observador y nada se le escapa. No es que Dios nos esté mirando como Jesús observaba aquel día en el templo. No es un fiscalizador. Simplemente nos conoce y sabe de nuestras dificultades y de lo que bulle en nuestro corazón. Lo sabe porque nos ama y se preocupa de nosotros.
El Evangelio de hoy no necesita de grandes explicaciones. Se comprende perfectamente lo que nos quiere decir con esas dos estampas que ve Jesús: la de los fariseos y la de la viuda. No se trata de la cantidad, ni de hacer mucho ruido. Lo importante es darse a uno mismo, y cuánto de mí pongo en lo que doy, en lo que hago.
La viuda echa de lo que necesita para vivir, sin esperar nada a cambio. Los escribas y fariseos echan de lo que les sobra, probablemente esperando el aplauso y la consideración de los demás. “Haz el bien, y no mires a quién”, dice el refrán popular. Es mejor dar limosna que atesorar, hemos escuchado en la primera lectura. Lo importante es “atesorar tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni nada puede echarlos a perder…”.
Pidamos hoy la gracia de descubrirnos honestos y transparentes ante Dios al preguntarnos cuánto de nosotros estamos poniendo en el altar de la vida. Como hemos leído en la primera lectura del libro de Tobías, la mejor recompensa, sin duda, es saber que “dando es como nos saciaremos de vida”. Solo se encuentra la alegría del Evangelio cuando salimos, cuando nos damos y rompemos nuestra conciencia aislada. Lo contrario nos lleva a vivir con un corazón encorvado sobre uno mismo, es decir, al pecado, a la tristeza, al vacío. Al menos, eso es lo que yo experimento cuando vivo solo para mí, buscando el aplauso, olvidándome de los demás.
Buen fin de semana. Que tengamos un buen día.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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