No está en nuestras manos abrirnos las puertas del Cielo, sino que debemos pedírselo al Señor con humildad y mansedumbre.
Las puertas del Cielo no se abren para quien no está vestido de boda, es decir, con las buenas acciones de su vida cristiana. No olvidemos cuán fácilmente “robó” el Cielo aquel ladrón crucificado, al decir: “Acuérdate de mí, Señor, cuando entres en Tu reino”.
Pör su humildad, Cristo le abrió las puertas del Paraíso. Esto significa que no está en nuestras manos abrirnos las puertas del Cielo, sino que debemos pedírselo al Señor con humildad y mansedumbre, como lo hiciera aquel bandido en la cruz, obteniéndolo del Único Redentor que tenemos.
(Traducido de: Părintele Iustin Pârvu, Daruri duhovnicești, Ed. Eikon, Cluj-Napoca, 2011, p. 18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario