En medio del mundo exigente y extremadamente rápido en que vivimos actualmente, es un hecho que las personas terminan volviéndose cada vez más intolerantes, impacientes y propensas a rotular a los demás.
Sofocados por tantos dilemas y exigencias, pocos logran tener la debida paciencia para con los otros, y muchos, si no alcanzan respuestas inmediatas en una determinada relación, terminando renunciando fácilmente de las personas que buscaban acercarse.
Descubrir a alguien lleva tiempo. Y cuando nos volvemos muy superficiales, renunciando fácilmente frente al primer desencanto, acabamos por perder la feliz oportunidad de descubrir personas maravillosas.
No porque la persona no haya sonreído como queríamos o porque tiene un defecto latente, tenemos el derecho de encerrarla en un rótulo infeliz.
Creo que todos quieren ser buenos y felices, y todos luchan por eso. Puede ser que no sean comprendidos así – o no se vean así – pero en el fondo buscan eso. Puede ser que palabras inicialmente ásperas sean, en el fondo, el pedido de socorro de alguien que recibió poco amor en la vida, y que desesperadamente pide que le enseñemos a amar.
Puede ser que las actitudes que más te irritan en alguien sea la prueba del profundo esfuerzo de un corazón que quiere, sinceramente, hacer el bien y que necesita ser estimulado/enseñado para revelar así sus mejores potencialidades.
Aunque el amor que recibimos no sea de la forma que buscábamos o idealizábamos… así y todo es amor. Los gestos e iniciativas de amor que puedan ser repugnantes para nosotros, puede ser todo lo que el otro nos puede dar por el momento. Necesitamos aprender a acoger lo que las personas pueden ofrecer hoy, valorando lo que nos ofrecen.
No podemos ser crueles al punto de destruir en nosotros aquello que no se acomoda a nuestros estereotipos y expectativas infantiles.
El verdadero amor se expresa en una aceptación que permite que el otro sea simplemente lo que es, sin necesidad de fingir para agradarnos y ser aceptado.
Amar es recibir y buscar comprender (cosa nada fácil…). De esa forma será posible dejar que el otro, en este universo de verdad y libertad, se revele expresando el amor como sabe, pues solo así podrá aprender – a partir del amor y de la aceptación que recibió – la mejor forma de amar y de darse.
Este es el desafío: amar con aceptación y madurez, sin exigir que el otro se transforme en una representación fiel de lo que “establecí” como verdad y valor.
Así las personas podrán ser, de verdad, ellas mismas a nuestro lado – en lugar de ser cosas-, y en la verdad de lo que recibimos y ofertamos, podremos también volvernos mejores, sin la exigencia deshumana de alienarse para ser aceptado.
Padre Adriano Zandoná
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva, auto del libro “Curarse para ser feliz”
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva, auto del libro “Curarse para ser feliz”
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