jueves, 2 de octubre de 2014

Una espina clavada en la carne

Es en nuestra debilidad que Dios viene en nuestro auxilio con su gracia. ¡Te basta mi gracia!

San Pablo tuvo una experiencia impresionante con Jesús. Él la relata en la segunda Carta a los corintios. Comienza diciendo que “fue arrebatado al paraíso y ahí escuchó palabras inefables, que el hombre es incapaz de repetir”. Después relata lo siguiente: “para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. (2 Cor 12,4-10).

Nadie sabe exactamente que era esa “espina” de San Pablo pero seguramente era algo que lo incomodaba mucho. Algunos dicen que era una enfermedad en los ojos, otros dicen que había contraído malaria; en fin, era algo que lo hacía sufrir.

espinaencarne

Lo más interesante es que Pablo pidió a Jesús que le quitase esa espina, pero el Señor le dijo: ¡No! Y él entendió por qué: para que “la grandeza de las revelaciones no me envanezca”, ya que él había sido “arrebatado al paraíso y ahi escuchó palabras inefables, que el hombre no es capaz de repetir”. Pablo podía quedarse vanidoso, entonces el Señor le impedía con la espina en la carne. Con nosotros también sucede así, especialmente a quien destaca.

Ciertamente cada uno de nosotros tiene esa espina en la carne que puede ser de fondo físico o espiritual. Una vez experimenté una espina de esas en la alma, que es peor que en el cuerpo. Se sentía como con una brasa en el alma, o una flecha en el corazón. Rogué también al Señor, insistentemente que me librase de aquella espina, pero El no me libró. Entonces comencé a buscar la causa por la cual el Señor me mantenía en aquella situación. Dejé mi alma en silencio para intentar oir su voz.

En el silencio del dolor del alma parece que una voz me hablaba en lo más íntimo: “Cuanto más grande es el sufrimiento ofrecido a Dios con amor, más le agradamos, más méritos tenemos delante suyo y más se apura nuestra santificación”. Entonces entendí que el Señor providenciaba mi salvación. Me dejaba en aquel purgatorio terrenal el tiempo que sea necesario para purificarme.

Recordé Eclesiástico: “prepara tu alma para la prueba, humilla tu corazón, espera con paciencia, sufre las demoras de Dios, no te perturbes en el tiempo de la infelicidad. En el dolor permanece firme, en la humillación ten paciencia. Pues es por el fuego que se prueba el oro y la plata, y los hombres agradables a Dios en el crisol de la humillación” (Eclo 2,1-6).
Y la voz continuaba diciéndome: “La plata y el oro solo se purifican en el fuego cuando comienzan a reflejar el Rostro del Orive”. Entendí que nuestra purificación solo acaba cuando el Rostro de Dios brilla en nuestra alma, antes de eso las escorias tienen que ser quemadas. Pero muchas de ellas no las vemos, es por eso que creemos que no las tenemos, pero Dios las ve, y quiere removerlas de nosotros.

¡Paciencia! San Pablo dijo a los romanos que “Dios nos predestinó para que seamos conforme a la imagen de Su Hijo” (Rom 8,29). Es la meta de Dios para cada hijo, ver el Rostro de Jesús en nosotros. Entonces nuestra purificación solo acabará, como el oro o la plata, cuando Jesús esté formado en nosotros. Esto comienza aquí y puede concluirse en la eternidad, en el Purgatorio.

No nos desanimemos ni nos desesperamos, es una gran y bella obra de Dios. Todos los santos pasaron por esto para llegar al cielo. En el silencio de la meditación Dios me enseñaba que es teniendo paciencia a esta espina en la carne, que tenemos la oportunidad de rezar más. Como dice Juan Pablo II, “mientras más se sufre, más se necesita rezar”. Además de eso, es una gran oportunidad para ofrecer el dolor por los otros: la salud y la salvación de los seres queridos, el sufragio de las almas del Purgatorio, las luchas de la Iglesia, la santificación del clero, etc. Es en eso que el Señor nos libera de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, vanagloria, apegos desordenados, búsqueda de placeres, maldiciones, iras y envidias.

Entendiendo esa importancia, San Pablo dijo a los corintios: “Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10).

Es en nuestra debilidad que Dios viene en nuestro auxilio con su gracia. ¡Te basta mi gracia! No entendemos bien porqué El permite esa espina en nuestra carne pero El nos conoce y nos ama, sabe cual es el remedio que nuestra alma necesita.
Quien debe prescribir el remedio es el Médico, no el enfermo.

Profesor Felipe Aquino
Master y Doctor en Ingeniería Mecánica. Recibió el título de Caballero de la Orden de San Gregorio Magno por el Papa Benedicto XVI, es autor de varios libros y presentador de programas de televisión y radio de la comunidad Canción Nueva
fuente Portal Canción Nueva

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