Adviento: La primera mirada es para la venida definitiva del Señor
La Iglesia realiza su misión evangelizadora en el tiempo y en el espacio que la Providencia de Dios se lo concede
Le compete a ella el esfuerzo por ser fiel al Señor, porque la visibilidad de las señales de la gracia de Dios le fue confiada mientras esperamos la venida gloriosa de Jesucristo. Su Misterio Pascual de Muerte y Resurrección y el final de los tiempos, cuando vendrá para juzgar los vivos y los muertos, son dos polos de tensión, con las cuales buscamos la fidelidad al Evangelio, practicando el amor a Dios y al prójimo, somos levadura de vida y esperanza para el mundo y seguimos anunciando el nombre de Jesucristo, único y suficiente Salvador de todos los hombres y mujeres que vienen a esta tierra.
La sabiduría de Dios concedida a su Iglesia suscitó un camino formativo maduro a lo largo de los siglos: el Año litúrgico. Para mantener viva esta tensión positiva, que genera testimonio de vida cristiana y una realización profunda para las personas. Todo comenzó con el día de la Resurrección, el Domingo, Pascua semanal. Cada semana, se hace presente la Muerte y la Resurrección de Cristo, cuando la Comunidad Cristiana, reunida en torno a la Palabra de Dios y de la Mesa Eucarística de Domingo, se edifica como cuerpo de Cristo. A la Eucaristía Dominical los cristianos llevan sus luchas y sus trabajos, alaban al Señor y encuentran el apoyo para la fe, en la vida cotidiana. Las generaciones siguientes comenzaron a celebrar anualmente la Pascua del Señor, hoy realizada de una forma solemne en lo que llamamos Triduo Pascual, desde el Jueves Santo, al caer la tarde hasta el Domingo de Pascua. ¡Esa es la Pascua anual! Cuando celebramos la Misa en cualquier tiempo del año, sucede la Pascua diaria. Es el mismo y único misterio de Cristo. No hacemos teatro, sino que realizamos la presencia del Señor, que entrego a Su Iglesia la gran tarea: “Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11, 24-25).
Como el Misterio es grande, el Año Litúrgico se fue componiendo poco a poco, contemplando anualmente todos los más grandes eventos de nuestra Salvación, enriqueciendo con abundancia de textos bíblicos las grandes celebraciones, valorizando las oraciones que fueron compuestas y expresando la vivencia de la fe, recogiendo en los diversos ritos la grandeza de la vida que el Señor ofrece. El Año de la Iglesia, que empieza el Primer domingo del Adviento, en 2014 celebrado el día 30 de noviembre, tiene dos grandes ciclos, el la Navidad y de la Pascua, con los que somos pedagogicamente conducidos a perfeccionar nuestra vida cristiana, de forma que el Señor nos encuentre, cada año, no girando alrededor de un mismo eje, sino crecidos, como un espiral que apunta para la eternidad, mientras clamamos “¡Ven, Señor Jesús!”
Y el Tiemplo del Adviento, que ahora iniciamos, es justamente marcado por la virtud de la esperanza, que somos llamados a testimoniar y ofrecer a nuestro mundo cansado, porque solo en Jesucristo, nuestra única esperanza, encontrara su sentido y realización la vida humana. La Iglesia propone cuatro semanas de intensa vida de oración y de ejercicio de las virtudes. La primera mirada es para la venida definitiva del Señor, que un día vendrá a nuestro encuentro, rodeado de gloria y esplendor. Es hora de reflexionar sobre la relatividad de las cosas y prepararse para el encuentro personal con el Señor, cuando nos llama a su presencia.
Luego, durante dos semanas la Iglesia nos hace mirar el tiempo presente de nuestra fe. Escuchamos la invitación a la conversión, somos llevados a ordenar la casa de nuestra vida para la gran presencia del Señor. Aquel que un día vendrá, viene a nosotros en los días de hoy. Para ayudarnos, la Iglesia presenta dos figuras, que pueden ser llamadas de “padrinos” del Adviento, el Profeta Isaías y San Juan Bautista. En la ultima semana antes de la navidad, entonces, si, nuestra mirada se vuelve para Belén de Judá, el Pesebre, los Pastores, y los Reyes magos. Es la oportunidad para preparar la celebración de Navidad. Quien nos toma por la mano en la etapa final del Adviento, para acompañar los acontecimientos vividos en primera persona, es la Virgen Santa María, Madre de Dios y nuestra. Es así la necesidad de corregir con delicadeza nuestro forma de vivir este periodo. ¡Más grande que la Fiesta de Navidad es la realidad del Señor Jesús que vendrá, viene a nosotros y un día vino! Se convierte vacía una fiesta sin la presencia de aquél que es el corazón de la historia humana, nuestro Señor Jesucristo.
Una Iglesia en Estado de Adviento es lo que queremos ofrecernos mutuamente y dar de regalo a nuestro mundo. Estimulémonos los unos a los otros en la vivencia de la esperanza, seguros de la necesidad de la redención de Cristo, que nos dice “separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Que crezca nuestra abertura, llena de esperanza, a Cristo y su Palabra Salvadora. Que caigan todos los obstáculos y defensas, venga la gracia de la fidelidad al Señor. Y la vida cristiana no tenga miedo de mirar para la eternidad, donde Cristo esta sentado, a la derecha del Padre (Cf . Ef 1,20-23). Tenemos una eternidad entera para vivir en la Comunión con la Santísima Trinidad, los ángeles y los Santos. Es nuestra vocación y nuestro punto de llegada. Con esta luz, los cristianos son llamados a ser hombres y mujeres capaces de iluminar con la esperanza todos los recantos de la humanidad. La gracia de vocación cristiana nos hace responsable por el anuncio del Evangelio y por la salvación de los demás (Cf Rm 8,29). Nadie queda desanimado, de los demás (Cf. Rm 8,29). Nadie queda desanimado, desde que encuentre un cristiano autentico, aún que este sepa ser limitado, tantas veces frágil y marcado por el pecado, pero nunca derrotado.
Que las personas que tengan contacto con los cristianos en este periodo, nos descubran rezando más y rezando mejor. Las Novenas de Navidad, celebradas en grupos de familias, son un excelentes testimonios de vida de oración. Que sea una oración llena de humildad, sinceridad, de apertura mayor para Dios y obediencia a sus promesas.
Y como hablamos de esperanza, tenemos el derecho y el deber de soñar con un mundo más justo y fraterno. Queremos anticiparlo, en estado de Adviento, en la experiencia de la caridad y de la partición de los bienes. En nuestra Arquidiócesis de Belén, realizamos durante el Adviento el proyecto “Belén, Casa del Pan”. ¡Crece a cada año, al lado del compromiso de nuestras Parroquias, la adhesión de la sociedad a nuestro modo de comprometer a las personas con la partición de los bienes, realizando la vocación que se encuentra en nuestro nombre, Belén!
Monseñor Alberto Taveira Corrêa
Arzobispo de Belém – PA (Brasil)
Arzobispo de Belém – PA (Brasil)
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