martes, 5 de enero de 2016

Comprendiendo La Palabra

«Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar»
Señor, a Jacob, el hijo pequeño de Isaac y Rebeca, tú le has llamado tu amado; has cambiado su nombre por el de Israel (Gn 32,29). Le has revelado el futuro al mostrarle la escalera levantada desde la tierra hasta el cielo: en lo más alto de la misma estaba Dios, con la mirada fija sobre el mundo, y los ángeles subían y bajaban por la escalera... Era símbolo del gran misterio como lo han dicho los hombres a los que el Espíritu ha iluminado... 
      Y yo, para el bien, soy también el hijo pequeño. Para el mal, indudablemente soy un hombre maduro, como el primogénito Esaú...: he vendido mi tesoro para satisfacer mis apetencias (Gn 25,33) y he borrado mi nombre del Libro de la Vida en el que, en el cielo, están inscritos los primeros de entre los benditos (Sl 68,29). 
      Te lo suplico, oh Luz que vienes de lo alto, Príncipe de los corazones de fuego. Que también para mí se abran las puertas del cielo, como antiguamente lo fueron para Israel. Por gracia, haz subir a mi alma caída, por la escalera de luz, signo misterioso dado a los hombres de su retorno de la tierra al cielo. La astucia del Maligno me hizo perder la unción perfumada de tu Espíritu; con tu derecha protectora dígnate ungir de nuevo mi cabeza. No lucharé contigo, oh poderoso, en un cuerpo a cuerpo como Jacob (Gn 32,25), porque no soy más que debilidad.

San Nersès Snorhali (1102-1173), patriarca armenio
Jesús, Hijo único del Padre, 85-95

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