martes, 5 de abril de 2016

Meditación: Hechos 4, 32-37


En los Hechos de los Apóstoles se describe la “explosión” de poder transformador que se produjo cuando se derramó el Espíritu Santo sobre un grupo de discípulos atemorizados, que así pasaron a formar una comunidad de fe y amor. A juzgar por lo que leemos hoy, al parecer Dios quiso que sus fieles se mantuvieran tan unidos los unos con los otros como cada uno estaba individualmente unido con él, y este deseo de Dios se hizo realidad después de la impresionante llegada del Espíritu Santo. Los primeros cristianos quedaron tan transformados que adoptaron un profundo y sorprendente sentido de responsabilidad por el prójimo; un deseo auténtico de compartir sus bienes con el necesitado, al punto de que pudieron despojarse del pecado, que sigue manteniendo la división entre quienes no conocen a Jesús.

Al leer este pasaje, a veces uno se pregunta, “¿Por qué no sucede esto hoy? ¿Por qué sigue el mundo tan lleno de discordias?” Pero no perdamos la esperanza; somos la Iglesia, el Cuerpo de Cristo y el poder que actuó para unir a los primeros creyentes está vigente y a nuestro alcance hoy mismo. ¿Acaso no dijo Jesús: “No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios”? (Juan 11, 40). Cada persona puede transformarse de un modo real y efectivo y pasar así de la dureza de ánimo y egoísmo a la amabilidad y el desinterés de una personalidad afectuosa; todos y cada uno podemos empezar de nuevo iniciando actividades y obras que otras personas puedan adoptar como suyas.

¿Por qué no comenzamos hoy mismo a tender la mano al otro en la familia? ¿Por qué no invocamos la presencia del Espíritu Santo en nuestros hogares y le rogamos que nos guíe en las decisiones que tomamos? Pidámosle que nos conceda la fuerza necesaria para poner en práctica la ley del amor en cada hogar; si lo hacemos, veremos que el perdón y la generosidad destronan los resentimientos y la apatía.

Así, a medida que nuestros hogares se vayan llenando de la presencia del Espíritu Santo, la luz de Dios irá resplandeciendo con mayor brillo y disipando la oscuridad del mundo.
“Ven, Espíritu Santo y enciende el fuego de tu amor en la vida familiar de todo el mundo. Reemplaza el rencor y la dureza de corazón por el perdón, y el egoísmo por la generosidad. Haz, Señor, que el amor triunfe en todos los hogares.”
Salmo 93(92), 1-2. 5
Juan 3, 7-15

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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