“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos”
En lo que se refiere a la Iglesia, la concepción sobre ella más accesible al espíritu humano es la de una comunidad de creyentes. Cualquiera que cree en Jesucristo y en su Evangelio y espera el cumplimiento de sus promesas, cualquiera que está unido a él por un sentimiento de amor y obedece sus mandamientos, debe de estar unido a todos los que comparten el mismo espíritu por una profunda comunión espiritual y por un verdadero afecto. Los que siguieron al Señor durante su estancia en la tierra fueron los primeros brotes jóvenes de la comunidad cristiana; son ellos los que la difundieron y transmitieron las riquezas de la fe que les dio cohesión, como herencia a los tiempos que les siguieron hasta nuestros días.
Incluso una comunidad humana natural puede llegar a ser mucho más que una simple asociación de individuos distintos, puesto que puede haber una unión estrecha que llegue a crear una unidad orgánica; y esto es todavía más fuerte y más verdadero tratándose de la comunidad sobrenatural de la Iglesia. La unión del alma con Cristo es muy distinta de la comunión entre dos personas terrenas; esta unión, iniciada en el bautismo y reforzada constantemente por los demás sacramentos, es una integración y una impulsión de savia –tal como nos lo dice el símbolo de la vid y el sarmiento. Este acto de unión con Cristo comporta un acercamiento, miembro a miembro, entre todos los cristianos. Es así que la Iglesia toma la figura del cuerpo místico de Cristo. Este cuerpo es un cuerpo viviente y el espíritu que lo anima es el Espíritu de Cristo que, partiendo de la cabeza fluye hacia todos los miembros (Ef 5,23.30); el espíritu que emana de Cristo es el Espíritu Santo y la Iglesia es, pues, el templo del Santo Espíritu (Ef 2,21-22).
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa
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