Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
RESONAR DE LA PALABRA
José Luis Latorre, cmf
Queridos/as amigos/as:
¡Aleluya, Cristo ha resucitado! Estamos viviendo este tiempo de Pascua con mucha alegría y esperanza. La Palabra de Dios que escuchamos en estos días nos invita a entrar en este Misterio Pascual e irlo haciendo realidad en nuestra vida personal.
Hoy escuchamos: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Esta frase es el momento cenit de todo el diálogo de Jesús con Nicodemo, es la piedra angular del Evangelio de Juan, es la expresión suprema de la revelación cristiana. El amor del Padre a la humanidad es la razón más profunda de toda la historia de la Salvación. Y este amor se expresa en la entrega de su único Hijo.
En Jesús Dios Padre nos hace una oferta de vida. Aceptar a Jesús en la fe es tener vida; rechazarle es estar en la muerte; creer en Jesús es vivir en la luz; no creer en Jesús es vivir en las tinieblas. No hay término medio: o vivimos o morimos; o estamos en la luz o en las tinieblas. Como me decían unos niños de 9 y 10 años: “cuando vivimos en la amistad con Jesús, somos felices, la vida es bella, el mundo es bueno y nos gusta hacer el bien; cuando estamos lejos de Jesús estamos tristes por dentro, tenemos miedo porque hay encima de nosotros como una losa grande que puede caer y matarnos, y nos gusta hacer el mal a los demás”. Dios no envió a Jesús ni para juzgar ni para condenar. Cada persona se juzga o se condena a si misma al aceptar o rechazar a Jesús. Jesús es la “piedra” de levantarse o de caer según sea nuestra actitud ante Él.
El sufrimiento y la marginación en que viven millones de personas evidencian lo lejos que estamos de vivir en el amor y la luz que Dios nos ofrece en Jesús. Ante esta realidad los cristianos tenemos que hacer como los Apóstoles (1ª lectura): anunciar a Jesús Resucitado aunque nos difamen, persigan, encarcelen y nos maten, conscientes también de que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, y seguros de que cuando Dios quiere que algo vaya adelante toda oposición humana es ridícula. El pesimismo, la apatía, la indiferencia, la cobardía, el miedo no dicen bien con el cristiano. Las dificultades del momento presente no son ninguna excusa para dejar de anunciar a Jesucristo. Cuando uno está convencido de algo, no hay nada que se le resista ni que le haga detenerse o volver atrás. ¡Cuándo ha sido fácil anunciar el Evangelio! Siempre se han cumplido las palabras de Simeón: “este niño… será un signo de contradicción” (Lc 2, 33).
fuente Comentario publicado por Ciudad Redonda
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