martes, 23 de agosto de 2016

COMPRENDIENDO LA PALABRA 230816

San Pedro Damián (1007-1072), benedictino, obispo de Ostia, doctor de la Iglesia
Opúsculo 51; PL 145, 749s
“Os habéis despreocupado de lo que hay de más grave en la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad”

    Si quieres caminar correctamente, con discreción y fruto sobre el camino de la verdadera religión, debes ser austero y rígido contigo mismo, pero aparecer siempre gozoso y abierto con los otros, esforzándote en tu corazón para caminar por las alturas de lo que es recto, sabiendo, al mismo tiempo, abajarte con bondad hacia lo débiles. En resumen, ante el juicio de tu conciencia, debes moderar los rigores de la justicia, de tal manera que no seas duro para los pecadores, sino accesible al perdón e indulgente…

    Considera tu pecado como peligroso y mortal; al de los otros, ponle el nombre de fragilidad de la condición humana. La falta que en ti estimes que necesita una corrección severa, si la ves en los otros, piensa que no merece más que un pequeño golpe de varilla. No seas más justo que el justo: teme cometer un pecado, pero no dudes en perdonar al pecador. La verdadera justicia no es la que precipita a las almas de los hermanos en la trampa de la desesperación… Es muy peligroso el fuego que, al quemar las zarzas, amenaza, con el ardor de sus llamas, abrasar la misma casa. No, el que mira con atención y gusto los defectos de los demás no podrá evitar el pecado, porque, aunque sea movido por el celo de la justicia, tarde o temprano, se dejará guiar por el menosprecio.

    Evidentemente, si nuestra vida no nos parece brillante, la de los otros no nos parecerá tan fea. Y si, como sería de desear, somos jueces severos para con nosotros, no seremos censores rigurosos con las faltas de lo demás.

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